domingo, 3 de marzo de 2013

El paraiso


La maldición divina es el trabajo. Así aparece en aquella novela sagrada con la que los judíos trataron de dar forma y contenido al  devenir de su poder e influencia en la historia de la humanidad.
Nunca imaginaron que hubiera de tener tanta trascendencia.
Y en esta civilización que se ha construido en los últimos treinta siglos, tan determinada por la sabia que la alimenta desde las raíces judeocristiana y que abona con su tradición cada generación, los gobiernos y toda clase de instituciones, tratan de llevar a la práctica esta maldición a rajatabla sin importarles y con toda la carga de castigo que conlleva para los ciudadanos.
Aquello que dicen que dijo el creador al hombre:
Te ganarás el pan con el sudor de tu frente.
Una sentencia que se ha utilizado para hacer desgraciadas a todas las generaciones que se han sucedido a lo largo de la humanidad desde entonces. Decisivamente, era lo que trataba de conseguir aquella maldición que decían divina, escrita por quienes querían dirigir a la humanidad a fuerza de sumisión a su poder humano para temer a dios. Hombres que encontraron su mejor arma de poder en hacer trabajar a los semejantes. Aquellos líderes se invistieron de la autoridad de un dios que nadie conoció entonces ni conoce ahora.
Una sentencia que ningún dios verbalizó pero que a alguien se le ocurrió cuando escribía la novela sagrada para la posteridad como la justificación y la herramienta de control económico y social.
Así cuentan que fueron expulsados Adán y Eva del paraíso terrenal. En aquel lugar, hasta ese día, habían vivido los hombres sin necesidad de trabajar, Cuentan que pecaron y con una sentencia, que tiene más que ver con una licencia literaria pero que les servía a sus propósitos: los condenaron al trabajo. Después, otros aprovecharon la máxima para que valiera a largo plazo de instrumento y de estrategia con la que hacer al hombre un esclavo del trabajo y para liberar a los elegidos que por causas divinas no trabajan.
Que de eso tratan las religiones: de escarmentar a los hombres y a las mujeres mientras tienen vida.
Dicen otros que yo he leído, que hasta entonces, habían sido tiempos en los que la humanidad comía lo suficiente con poco esfuerzo. Aseguran que había de toda clase de alimentos en su paraíso sin más necesidad que estirar la mano y tomar de lo que la naturaleza les ofrecía. Es posible que desde entonces no se ha hecho otra que discurrir cosas que hacer y que no sirven para nada, entre ellos, quizás el principal: las tareas de promover el amor a dios como justificante de todo lo demás, un trabajo, que luego se convirtió en religión y doctrina y que hasta el día de hoy soportamos.
Esta técnica de ingeniería filosófica y social que ha inspirado el devenir de la humanidad guiada por sus reyes y sus religiosos en el mundo occidental, esta maldición implacable, se resume en:
Hay que trabajar para comer.
Esta maldición es la que nos ha llevado a que el trabajo sea una necesidad que no la provee definitivamente ni la concreta claramente ningún derecho, y sin embargo, si no se tiene trabajo conlleva la pena de que se niegue a la persona cualquier otro derecho.
Quizás la necesidad de trabajar para comer sea una máxima que nadie discutiera porque  cae por su propio peso y cordura. También puede ser una idea que sin duda acariciaría toda la humanidad con independencia de sus creencias y para todas las ideologías puede ser una premisa socialmente correcta y éticamente asumible.
Pero todas estas insignias, puestas en medio del maremágnum en el que se convierte las posibilidad de trabajar para una parte importante de la población, ha pasado a ser un aforismo que puesto en práctica de forma dogmática y punitiva en el mercado de las necesidades vitales, nos ha llevado por unos derroteros totalmente antagónicos a lo que en realidad predican.
Lo que en la realidad ha sucedido no estaba contemplado en aquella idea después y aquello tan loable de: te ganarás el pan con el sudor de tu frente, que entendemos puede tener una cierta coherencia social y llegado el caso tuviera que ser condición para la dignidad humana, sin embargo, en las complejas circunstancias de la vida, hay quien no tiene un trabajo con el que sudar la frente y en su esfuerzo por encontrar su medio de ganarse la vida y se ha convertido en:
Te ganarás el pan quitándole el trabajo al prójimo.
Esta es la batalla entre quienes necesitan de un trabajo para vivir.
Y desde esta concepción social y como consecuencia de ella finalmente vemos que se promueve que quienes necesitan de un trabajo hayan de pelear entre sí para conseguirlo, y lo que es peor: que hayan aparecido los proveedores de trabajo a partir de una nueva idea que aprendieron y que practican:
Te ganarás el pan con el sudor de la frente del prójimo.
Y se han constituido como inventores de trabajos
Una realidad que han procurado los poderes: sociales políticos y económicos a lo largo de los siglos para tener cogida a la humanidad por las miserias  que produce la falta de trabajo y la necesidad de que alguien lo provea y se aproveche de él.
En medio de esta necesidad imperiosa de trabajar, la escasez de trabajo para todas las personas, es la pena que ha conseguido sentar esta maldición, en estos tiempos en los que vivimos y en todos los demás pasados: una condena inapelable. Esta es la realidad contra la que hemos de trabajar, aunque este trabajo no nos sirva para comer, para que la concepción del trabajo vaya lejos de lo que ha supuesto la maldición y cambie de raíz este mundo en el que vivimos.

En la misma novela bíblica desde la que se ha cimentado la forma de creer y de pensar de esta civilización que nos lleva a pensar como a la misma religión y a sus promotores les interesa, nos relatan que dios hizo al hombre con una particularidad muy importante y determinante con respecto al resto de los animales:
La razón.
Con un hálito, con un soplo, con una chispa divina que salió de su dedo que surgía de entre las nubes por delante de sus barbas, a diferencia del resto de los animales nos creó racionales: a su imagen y semejanza y nos encargó para que le administráramos la tierra.
Sin embargo, en estos últimos milenios de los que se conoce de alguna manera la historia de la humanidad, podemos comprobar que en realidad lo que nos ha hecho diferentes a los hombres de la gran mayoría del resto de los animales, es tener que trabajar para mucho más que para comer y que en buena manera la razón no ha sido el elemento diferenciador con los irracionales, sino la capacidad de multiplicar el trabajo.
Porque quizás desde la razón, habría que plantearse la cuestión del trabajo desde la idea también vieja de:
Hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Una reflexión que los más ancianos y humildes muchas veces se hacen, pero que difícilmente cuaja entre quienes comienzan su vida laboral y económica independiente en la edad de comerse el mundo a dentelladas calientes. Una idea que de la misma manera no hubiera cuajado en ellos cuando eran jóvenes y estaban convencidos de que habían de progresar en sus vidas con mucho trabajo.
Porque en realidad, culturalmente nos educan en aquello de que hay que trabajar para hacernos ricos y tener un de todo y que no nos falte de un de nada. Luego, cada cual se hace su propia composición de lo que es el todo y la nada, que a fuerza de soñar, siempre acaba en una profunda pesadilla con el más estrepitoso de los fracasos
Trabajar para vivir: una idea que sin duda podría hacer más feliz a la humanidad y libre de la obligación de enfrentarse consigo misma con la que posiblemente conseguiríamos trabajar todos menos, y que se podría concretar en: ser seres humanos: racionales y mortales.
No vivir para trabajar: que se ha de practicar desde la realidad y desde la propia experiencia individual porque, bien sabemos todos, que al final del camino todos acabamos inertes y los dineros y las haciendas propias y comunes, que en realidad es trabajo acumulado propio y ajeno, nadie, que se haya sabido, se los ha llevado a la otra vida para poder entonces descansar con el trabajo ya realizado.
Tampoco nadie se lleva al otro mundo ni una autopista ni un museo, que nos parece un regalo que les hacemos a las siguientes generaciones, y que nos olvidamos sin embargo de que les dejamos las deudas colectivas para que las paguen ellas en el futuro con su trabajo y un camino marcado de cómo ha de ser su futuro.

5 comentarios:

  1. Hoy se han hecho públicos los datos del desempleo del mes de febrero. Peores que ayer y posiblemente mejores que mañana. Algo ha de hacer la sociedad para hacer frente a esta realidad. Nos dice que hay que trabajar más por menos. Que nadie se lo crea. Seguid en estas páginas donde se puede leer e imaginar la alternativa que tenemos en nuestras manos quienes no tenemos más que nuestro trabajo. Y en todo caso con vuestras opiniones, sugerencias o pregustas ayudadme a mejorala.

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  2. El Sr. Diaz Ferrán se quedó más ancho que largo cuando dijo que de la crisis, desgraciadamente, solo se puede salir trabajando más y cobrando menos.
    Lo peor de todo es que posiblemente nos lo estamos creyendo y estamos actuando en consecuencia, poniendo en práctica nuevamente lo de ganarnos el pan quitandole el trabajo al projimo en lugar de hacernos conscientes de que esta no es la solución, que en todo caso la solución podría ser "te ganaras el pan compartiendo el trabajo con el projimo".

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  3. Para trabajar más cobrando menos, el sistema necesita que constantemente estemos inventando trabajos nuevos, que creemos puestos de trabajo, que supliquemos puestos de trabajo. Este es el aspecto principal que ya nos han echo creer porque hemos de compartir el trabajo necesario y dejarnos de pedir trabajos innecesarios que es de lo que principalmente se alimenta el sistema

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  4. Eliminar trabajos innecesarios... ¿el problema no puede ser que no vemos que hay trabajos innecesarios?

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  5. Es posible que nos hayan acostumbrado a entender tan necesario el trabajo y sobre todo cuando falta, que es muy difícil calificar cualquier trabajo de innecesario y mucho menos por quienes los están empleando. No obstante es necesario pararse a pensar en cuáles son esos trabajo y señalarlos.

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