domingo, 7 de abril de 2013

La zanahoria y el palo.



El sistema y la filosofía que emana del sistema: trata por todos los medios de reconducir a los jóvenes para que vayan entrando en él sin mostrar demasiadas resistencias y todo su entorno lo encamina para ese lado y resulta frustrante si no se llega a pasar dentro.
Hace unos años se inició una experiencia con la que tratar de que los jóvenes se independizaran de la generación que ha sido los progenitores del sistema para que una vez emancipados se vieran obligados a ganarse la vida y regenerar su sangre con nuevos glóbulos rojos.
Desde el gobierno, por no saber o no querer tomar las medidas adecuadas a la realidad, se tomó la decisión de subvencionar la vida cotidiana a los jóvenes hechos y derechos de su país, que hemos de suponer que estaban en edad de trabajar y trabajar. Manos a la obra  diseñaron desde sus gabinetes de ingeniería social la forma de amamantar a toda una generación que no conseguía destetarse de las ubres familiares.
Grave.
Decidieron que tenían que ayudar económicamente a superar las dificultades económicas de la vida cotidiana a hijos ya en edad de merecer. Esos  hijos de una generación del bien pensar, pero que sin embargo, y paradójicamente, representando el futuro de la sociedad estaban mano sobre mano y eso que desde las estructuras sociales les ha formado en las últimas década como nunca antes en la historia se había formado a los jóvenes: idiomas, carreras y master.
La ayuda implicaba que no pensaban en la posibilidad de que ellos, por sí mismos, se puedan ganar la vida plenamente.
Muy grave.           
Sin ninguna herramienta de análisis sociológico especializada para ello, en cualquier caso no la tenía, cualquier persona con un poco de capacidad de pensamiento, podía detectar que algo estaba corroyendo esa sociedad por sus adentros. Y a los ojos del profano se podía entender hace ya tres o cuatro años como el primer gran síntoma de una enfermedad de difícil curación.
Metástasis.
¿Qué podemos pensar ahora sobre una medida como esa?
Pensemos.
    Una propuesta político social de este tipo es una especie de relámpago de demagogia que se confunde con paternalismo estatal sin que se pueda llegar a adivinar a ciencia exacta cuál de estos aspectos: demagogia y ESTADO, que ponen en marcha tan abyecta subvención, son humana y socialmente más negativos para el futuro de la sociedad a no ser que cargue ocultos con otros intereses.
    Una propuesta económico social negativa sobre manera, si se analiza desde el punto de vista de independencia económica de sus ciudadanos, sin necesidad de la tutela plenipotenciaria del ESTADO una vez que es llevada a la práctica y se consolida como un derecho nada más que por ser joven y querer emanciparse.
    Acallar con dinero el grito de la impotencia juvenil es no querer por parte de los responsables políticos y de quienes les consienten y aplauden, entrar a profundizar y analizar con martillo y buril la realidad socioeconómica que persiste, y que ellos los jóvenes, padecen desde una incomprensión que se convierte en caridad paterna, a la que deben estar filialmente agradecidos.
    No dar importancia a este hecho que produce escalofríos sociológicos y que haya pasado de manera satisfactoria entre los formadores de opinión, es un inmenso dislate con el que en realidad, por activa y por pasiva, se humilla a los jóvenes, se les conmina a que se acostumbre a que nunca encontrarán una sociedad justa y libre, y trata de encaminarlos por un camino por el que no quieren ir.
    Y en todo caso por parte de la inteligencia social que los justifica, es una apuesta por tratar de ocultar la realidad objetiva y para que esta realidad no manifieste demasiado la ignorancia de unos y otros. Y si profundizamos un poco más: prueba la desfachatez de la sociedad en su conjunto de hacer bueno aquello de: “dame pan y dime tonto...” y trasladarlo al universo social.
    Sin lugar a dudas esta manera de proceder por parte del ESTADO y directa e indirectamente de los padres demócratas, artífices del estado de regular estar que han fabricado pensando en ellos mismos, era una compraventa a cara descubierta y a tocateja de las voluntades de los jóvenes que no sabían que a cambio habrían de cargar con una hipoteca, que ellos mismos, ni la conocían ni se la imaginaban, y que no la hubieran podido pagar en ningún futuro.
    Mercado de voluntades que ya se abaten y que reivindica y asume con normalidad la gran mayoría de los ciudadanos. Hombres y mujeres que ya hace tiempo han saldado su dignidad cediéndola al ESTADO, aparentemente de buena gana, bajo el concepto confuso al que llaman soberanía y se inmola en la representación popular directa, que  permite al ciudadano en cada ocasión por impertinente que sea el momento... preguntar: ¿Qué hay de lo mío...?
    Más allá, este mercadeo es un reconocimiento implícito por parte de los padres de la incapacidad que otorgan a sus procreados para  hacer uso de la propia libertad individual y por ello han de vender su voluntad. Generación de hijos que llegando a la edad del “jodo perico”, no acaba de romper el cascarón: presiente el frío que hace afuera y se contenta con malvivir una realidad que les asfixia.
    Argüir ahora, que esta generación a la que hemos domado y castrado dándole una niñez y una adolescencia materialmente muy fácil y en la que no han experimentado ni una pizca de escasez vital, ni adversidades, no sirven: sin reconocer que estas experiencias no son necesarias para que surtan los beneficiosos efectos que creemos lo mayores que ejercen los sacrificios sobre el carácter.
    Estos jóvenes al parecer viven en la pobreza y hay que hacer caridad con ellos. Pensaron que una vez subvencionada esa pobreza se convertiría en apatía hacia la política y perdería las virtudes reivindicativas y subversivas que tiene la pobreza cuando es rica.
    No quisieron saber que hay jóvenes con unos derechos, pero también con pundonor y dignidad que no solicitaran ni requerirán ninguna  ayuda al Estado porque saben dónde está su enemigo.

Decían que es una renta emancipación cuando en realidad era el empujón que creía el poder democrático que debía dar a una juventud que no tenía muy claro su futuro y que se negaba a afrontarlo con la suerte de cartas que le han echado.
¡Que no se quieren ir los hijos de casa...!
Este plan duró muy poco tiempo porque la crisis ha dejado al Estado sin dinero, y ahora, no sé si por venganza, se les ha dejado a cierta edad fuera del sistema sanitario, más que nada por vagos.
Porque si no trabajan es porque son malos trabajadores.

Algunas preguntas más se cuelgan en el aire:
    ¿En qué pensarán quienes han ideado estos planes sociales en los que se decreta la inutilidad de los jóvenes, para ver en ellos algo en positivo cuando a todas luces no tienen ni pies ni cabeza...?
    ¿Cómo se puede crear tan grave dependencia de los jóvenes de la voluntad del ESTADO en los años de mayor crecimiento personal de los humanos y ofrezcan dinero para negar otros derechos anteriores?
    ¿Cómo podemos admitir que no puedan valerse por sí mismos...?
    ¿Cómo se puede considerar un derecho de los jóvenes una renta con arreglo a  unas condiciones tremendamente subjetivas y con el que se trata de ocultar otros derechos...?
    ¿Quién puede redactar unas condiciones para determinar que un joven no se vale por sí mismo... si somos nosotros mismos los que antes los hemos inutilizado y quienes manteniendo las condiciones del sistema les impedimos que se emancipen?
    Nadie se atreve a advertir que estas medidas de subvencionar la vida  de quienes están en plenitud vital, es el reconocimiento y la asunción de una invalidez de los jóvenes como si fuera crónica y que no se calma ni siquiera royendo el hambre?

La realidad es que hay una epidemia sistemática que ataca a toda la juventud sin que nadie encuentre medicina para aliviarla. Todas las prescripciones las podemos encontrar en las contradicciones del sistema en el que vivimos contestando a estas tres preguntas.
    ¿Por qué todos estos jóvenes tienen un jornal al límite de subsistencia y que rayando con la parte más baja de su productividad queda sin ninguna perspectiva de que ni cambie su situación a medio plazo?
    ¿Qué sociedad les estamos dejando a estos jóvenes a los que además estamos pergeñando cada día como los podemos meter en vereda, incluso queriendo comprar sus voluntades?
     ¿Por qué no somos capaces de diseñrr un nuevo sistema en el que la gente nueva, la gente joven, incluso quienes todavía no han nacido, se puedan integrar de buena gana y sin que tengan que venir  con un pan debajo del brazo…?
    ¿Cómo podemos admitir que no puedan valerse por sí mismos...?
    ¿Cómo se puede considerar un derecho de los jóvenes una renta con arreglo a  unas condiciones tremendamente subjetivas y con el que se trata de ocultar otros derechos...?
    ¿Quién puede redactar unas condiciones para determinar que un joven no se vale por sí mismo... si somos nosotros mismos los que antes los hemos inutilizado y quienes manteniendo las condiciones del sistema les impedimos que se emancipen?
    Nadie se atreve a advertir que estas medidas de subvencionar la vida  de quienes están en plenitud vital, es el reconocimiento y la asunción de una invalidez de los jóvenes como si fuera crónica y que no se calma ni siquiera royendo el hambre?

La realidad es que hay una epidemia sistemática que ataca a toda la juventud sin que nadie encuentre medicina para aliviarla. Todas las prescripciones las podemos encontrar en las contradicciones del sistema en el que vivimos contestando a estas tres preguntas.
    ¿Por qué todos estos jóvenes tienen un jornal al límite de subsistencia y que rayando con la parte más baja de su productividad queda sin ninguna perspectiva de que ni cambie su situación a medio plazo?
    ¿Qué sociedad les estamos dejando a estos jóvenes a los que además estamos pergeñando cada día como los podemos meter en vereda, incluso queriendo comprar sus voluntades?
    ¿Por qué no somos capaces de idear un nuevo sistema en el que la gente nueva, la gente joven, incluso quienes todavía no han nacido, se puedan integrar de buena gana y sin que tengan que venir con un pan debajo del brazo…?


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