Las madres, esposas abnegadas de empresarios nunca
permiten a quienes alumbraron que sigan los pasos de su padre, y si los siguen
porque al chico o a la chica le gusta y porque para eso han estudiado, siempre
lo aceptan a regañadientes y poniéndose al lado de quienes parieron y enfrente
del padre empresario. Cuando tienen que acudir a la empresa familiar porque no
les queda otro remedio si no tienen otro trabajo mejor, las madres lo aguantan
de muy mala gana.
Esto lo he comprobado el cien por cien de las veces.
Hace unos veinte años me hice socio de un club de
empresarios con la intención de aprender de aquellos que decían que eran lo que
yo pretendía ser más por necesidad que por ganas.
Quise conocerlos de cerca y me apliqué con denuedo.
Desde allí me hacían llegar diversos manuales sobre
todas las artes de la empresa y de vez en cuando asistía a alguna de sus
reuniones y debates en las que más que participar escuchaba.
Mezcla de timidez y prudencia, de curiosidad y avidez.
Recuerdo que en alguna ocasión asistí a buenas
conferencias de las que aprendí algunas cosas con las que en realidad, casi
ninguno de los asistentes estaba de acuerdo.
La verdad es que estar entre medio de empresarios,
algunos con más años de los que yo tengo ahora, aunque de nada me servían, era
como darme un baño de orgullo y sabiduría por las capacidades que daban a
entender con sus palabras aquellos que se vendían como héroes sociales aunque a
mí me parecieran unos pedantes.
Enseguida me di de baja.
Aunque era bastante joven, para entonces ya me había
dado cuenta de que la mayoría de los empresarios que había conocido apenas
sabía nada de lo que era una empresa, y muy poco sabían de la suya propia y que
el mundo empresarial no lo concebían más que desde su ombligo y que más que
observarlo, lo rascaban. Había advertido que en realidad el único interés de
aquellos era alimentar su ego y su prepotencia y lo que más me afectaba era que
en el fondo despreciaban a la mayoría de las personas que trabajaban en sus
empresas a los que en buena medida consideraban de su propiedad.
Después he comprobado que la realidad en la que viven
estos presuntos triunfadores que les lleva a creerse superiores a quienes les
rodean les aventaja. Se invisten de una prepotencia que se manifiesta del mil
maneras, una de ellas es determinante: el titular de la gran mayoría de las
empresas, aunque su forma jurídica sea la de sociedad limitada con varios
socios, en realidad, son empresas unipersonales en las que prácticamente no hay
ninguna posibilidad de socios dueños de la propiedad, participen en la gestión,
ni cualquier otra acción social. Son amos que no permiten que nadie pueda hacer
lo que está bien si no es lo que ellos quieren, y aunque ni siquiera sepan en realidad
lo que quieren, para ellos es igual, que si eso ya lo pensarán otro día, cuando
tengan más tiempo que ahora no tienen y bastante tienen en qué pensar.
También debido a las relaciones que he tenido que
hacer, mantener y romper por mi trabajo a lo largo de muchos años, consecuencia
de mis actividades profesionales de apoyo a la gestión empresarial con la que
me he ganado la vida y que me llevaban en ocasiones a tener una relación muy
especial de sinceridad, complicidad y confianza, he conocido a fondo y en casi
siempre a brazo partido, a muchas personas que se llamaban a sí mismas
empresarias aunque en realidad no supieran cuál es su compromiso al asumir esa
condición.
Conforme pasaban por mi conocimiento he comprendido
que para ser empresario es necesario ese ego y esa prepotencia.
Es imposible ser empresario sin ese sentimiento de
superioridad.
No obstante, además de observar el poderío para verse
capaces de ponerse por encima de todos los problemas que les rodean y abruman,
y ciegos tras su objetivo de hacerse ricos llegar a sentirse legitimados para
saltarse como pueden todas las barreras que se ponen delante como si fueran
superhombres, siempre se encuentran empresarios de todo tipo y condición.
- Cultos o tan ignorantes que no entienden nada
financiero.
- Inteligentes o limitados en sus capacidades
intelectuales.
- Trabajadores o vagos hasta el punto de que lo hagan
los demás.
- Honrados o sinvergüenzas y sin escrúpulos.
- Condescendientes o tan tiranos como se pueda
imaginar.
- Comprensivos con quien trabajan o amantes de la
esclavitud.
- Con carácter y sin personalidad.
- De Izquierdas y de derechas.
Puedo asegurar que también a todos ellos, en algún
momento, les he escuchado decir que estaban arrepentidos de haber iniciado la
montura en aquel potro de tortura. Recuerdo de quien me contaba que había
comenzado una vida en una mina de carbón de la que no podía salir. Hablaba de
su mina en todas las interpretaciones que se pueda dar de ella, decía que tanto
había escarbado en ella que había determinado su manera de vivir hasta el punto
de que no había nada más importante en su vida aunque la fuera perdiendo en sus
galerías. La mayor prueba de esta insatisfacción es que todos y cada uno de los
que he conocido, cada día pensaban en cómo podían vender su empresa aunque no
fuera más que sacando lo suficiente para pagar lo que debían.
La necesidad de salir para adelante en este sistema en
el que vivimos y para solapar todas sus contradicciones y sobre manera la lucha
de clases, ha obligado a la inteligencia del sistema a definir a la empresa
como un bien social en el que converge el empresario y el trabajador y en la
que se necesita de una colaboración mutua para procurar el bien social
colectivo.
La empresa que yo conozco no es así.
La empresa con la que el sistema, los gobiernos y los
deseos sociales de crear empleo pretenden sea la base para afrontar el futuro a
corto plazo: tampoco es así.
La ideología del sistema trata de unir dos intereses
antagónicos: los de la empresa y los de los asalariados. Quiere que sirva esta
conjunción para alimentar una forma de entender la actividad económica en la
que es necesaria su colaboración pacífica y para que las dos partes respeten
sus normas e intereses disciplinadamente.
En el entramado ideológico no hay espacio para cuestionarse el devenir del propio
sistema que es el que en definitiva sangra con sus condiciones implacables a
las empresas y a sus trabajadores. Incluso quienes están muy alejados
ideológicamente también alimentan esa confluencia de intereses desde la
perspectiva tradicional de la lucha de clases, en la que una de ellas busca
trabajo desesperadamente, y creen y han asumido: esa idea irracional que nació
hace ochenta años en busca de un nuevo mundo y que anunciaba la superación de
las clases sociales como base de una reconciliación histórica.
En realidad, la empresa es el centro económico en el
que se dan cita todas las perversiones de la inteligencia social y económica, y
en el que conviven para su desgracia los mayores afectados del sistema: los
empresarios y los trabajadores. Dos partes que han de actuar como si fueran
diferentes y que se encuentran en una pelea permanente y desigual, sin darse
cuenta, de que quienes en realidad se aprovechan de ello son los otros factores
económicos que alimentan su actividad. De cada paso que ellos dan para
subsistir y ganar el pan, aquellos sacan una buena tajada.
En esta relación de desconocimiento e incomprensión
mutua entre los dos contrincantes, a la fuerza, nos podemos encontrar con estas
dos realidades objetivas y comprobables para quien quiera, en cualquier momento
y lugar:
- Si en cualquier
empresa se pregunta a los responsables cuántas horas se trabajan: ninguno sabrá
contestar.
- Y si a cualquier
persona que está trabajando en cualquier empresa que vive de lo que produce o
vende, si se le pregunta cuánto produce o vende ella cada hora que trabaja
seguramente contestará: que ni lo sabe ni le interesa.
Esta es la realidad en la que se vive el Trabajo en la Empresa.
Podría contar algunas más pero esta es sencilla y
significativa.
Con toda la admiración y respeto que me merecen aquellas personas que hacen de su vida la empresa y que con sus más y sus menos tratan de pagar todos los meses las exiguas nóminas a sus trabajadores, lo peor que propone el sistema en estos tiempos de crisis es: que se haya de confiar en los empresarios: pasados, presentes y futuros, y que se apele a serán capaces de crear un nuevo tejido empresarial con el que sea posible mantener un empleo digno hasta alcanzar un índice de parados mínimo. Máxime ahora que la gran mayoría de quienes tienen o dirigen una empresa se han colocado en una situación de espera de la que difícilmente se van a mover a corto plazo.
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