domingo, 2 de junio de 2013

Los trabajadores


Cuando me llaman a la reflexión los trabajadores, seguramente por las muchas horas que he estado pensando en ellos para escribir otras obras, me vienen a la cabeza los jornaleros de mi pueblo que fueron asesinados en el verano de 1936 por defender la fuerza impagable de sus brazos cuando acariciaban la tierra y la carestía de sus hijos a la hora de tener para comer cuando se sentaban a la mesa.
Eran tiempos en los que una mayoría social trabajaba:
Hombres, mujeres, mayores y criaturas.
El trabajo presencial, personal y físico era lo único que tenían aquellos hombres nobles. Muchas veces debían ser ayudados por sus mujeres para arrimar otras cuatro perras a casa cuando no por los hijos en cuanto tenían algo de fuerzas en sus piernas.
La sociedad de nada les proveía y todos los recursos naturales quedaban lejos de su alcance a cuenta de la sagrada propiedad privada. La caridad cristiana disponía auxilio para quienes se hacían merecedores del amor de dios.
Ellos sí que eran trabajadores sin más posibilidad que el trabajo luchando contra la ideología de una sociedad profunda en la que no tenían ningún derecho ni siquiera con trabajo y trabajando.
Una forma de entender la vida de aquellos hombres y mujeres, que quisieron apremiar y desplegar haciendo camino y marcando el paso con los suyos y con sus expectativas sociales. Un golpe de fuego prendido por aquellas familias pertenecientes a la otra clase, con la que se dividía la sociedad con una falla insalvable, les cortó el andar, aquel verano, de manera criminal.
También eran trabajadores, jornaleros y agricultores pequeños, aquellos otros hombres que los asesinaron obedeciendo las órdenes de quienes les pagaban su trabajo con monedas de hambre y de miseria. Trabajadores canallas,  que atendieron a los juramentos de justicia social que les hicieron los criminales si respetaban a los ricos, con los que creyeron en una fraterna colaboración entre ricos y pobres, siempre y cuando: los pobres estuvieran muertos de hambre.
El trabajo de los pobres en las manos de los que nunca trabajan.
Aunque normalmente les resulta muy extraño a quienes en ocasiones me escuchan, no me gusta utilizar el término “trabajador” salvo para criticar su uso y no lo articulo ni siquiera coloquialmente. Creo que este concepto define a la persona por esa parte de sus capacidades que más le degrada en su condición de humana, y paradójicamente, se utiliza con un tono de entre orgullo y menosprecio según quien lo esgrime y para qué lo esgrime.
Buen trabajador. Pobre trabajador.
Mejor hubiera sido: creador, pensador, vividor o amante.
Creo que incluso en las más estrictas reivindicaciones que se pueden hacer en el mundo del trabajo, más vale esgrimir los derechos de las personas en general y desde el punto de vista del sentido común, que reivindicar los derechos de los “trabajadores”.
Hay muchos discursos sin salida en torno a los trabajadores.
Utilizar el término de trabajador tratando de aglutinar genéricamente el ser de un conjunto de personas que entre otras cualidades pueden trabajar, me parece el mayor error que se ha cometido con los trabajadores primeramente por aquellos que los han querido defender reivindicando el trabajo desde su necesidad y desde la oferta sin límite.
Aquellos que los defendieron y defienden en el fondo creen, y les han hecho creer a los trabajadores, que las masas de trabajadores no tienen nada más importante que su trabajo y jamás les arengan para ayudarles a creerse y convencerse de que tienen otras muchas más cosas, y entre ellas: una, que tienen una potencia imparable como es la capacidad de trabajar si lo estiman conveniente.
El mismo término: trabajador, conlleva la obligación de trabajar, y pudiera ser que estuviera muy bien utilizada por quienes se refieren a los trabajadores que tienen en sus plantillas, o quienes recuerdan los deberes y obligaciones que tienen quienes trabajan para que ellos puedan vivir a cuerpo de rey, independientemente de que trabajasen.
Desde la utilización de ese concepto se le ha dado al trabajo mucha más importancia que la que en realidad tiene. Incluso las grandes revoluciones basadas en el levantamiento de los trabajadores también han hecho de la exaltación del trabajo el inicio de su perdición como seres humanos en toda su extensión, puesto que el trabajo no es un elemento de liberación sino de esclavitud.

Pero todavía me gusta menos el concepto: “clase trabajadora” porque ese término, si además lo utilizamos incluido dentro del concepto de lucha de clases no sólo ha quedado obsoleto sino que es totalmente perjudicial para entender el trabajo y poder defender con todas sus consecuencias la condición de quienes tenemos que trabajar para vivir y aunque para vivir dispongamos de nuestro trabajo no nos convierte en clase puesto que tenemos otras muchas cualidades.
Además entiendo que cuando por una u otra causa, casi siempre perversa, se hace referencia a la clase trabajadora, se ha de entender que son aquellos trabajadores que trabajan por cuenta ajena y que hay quien directa o indirectamente obtiene unas plusvalías con su trabajo. Desde este punto de vista, entiendo que el trabajador es aquel que está prestando horas de su vida en las actividades de producción y en todo caso por cuenta ajena en la iniciativa privada en la que se puede entender que hay una importante contradicción de intereses.
Dentro de esta idea los trabajadores autónomos que venden su trabajo por su cuenta al mejor postor en cada momento desde una pequeña estructura de empresa, según ese criterio no se deberían entender como trabajadores. De hecho, creo que la mayoría de estos trabajadores raramente se suelen identificar con aquellos y son de los trabajadores que más alardean de su trabajo.
Y cuando el trabajador está contratado por el Estado, creo que más que trabajador es funcionario. En realidad tienen muy poco parecido las dos caras y un elemento diferenciador muy claro: aquellos que en buena lógica son quienes les pagan, cuando hacen uso de sus servicios voluntaria o involuntariamente, los critican con más saña que con la que sus patronos les critican a ellos su labor.

Ayer al salir por la mañana de casa y acercarme al coche veo que en el parabrisas tengo colocado un pequeño papel amarillo: una multa. Cojo el papel y leo la sanción que me han puesto por mal aparcamiento. Sin darme cuenta, la noche anterior a eso de las once, a la vuelta del trabajo, no había sitio donde acostumbro a dejar el coche y entonces pude ver que había aparcado sin darme cuenta en un espacio que está destinado para aparcamiento de motocicletas.
Bueno son cosas que pueden suceder.
La policía municipal puso la denuncia a las dos de la madrugada.
Buena hora para estar trabajando en la cosecha.
La sanción es de doscientos euros.
Lo que cobra un trabajador en cuatro días después de impuestos.
Para que quede  agradecido por haber sido multado, me hacen un cincuenta por ciento de descuento si la pago pronto y no protesto.
Aparcamiento en zona reservada para motocicletas.
Sin duda que ha sido mi error pero allí no hay motocicletas y haciendo memoria solo recuerdo en ese espacio coches aparcados.
Por un momento me vienen a la cabeza todos los trabajadores que intervinimos en este asunto tan sencillo y tan habitual.
·         El policía municipal que no teniendo otra cosa mejor que hacer se pasea en una ciudad dormitorio de trabajadores y se aplica en la madrugada para que todo esté: en el orden que tiene que estar.
·         El alcalde en cuyo nombre se pone la denuncia y que cuando cualquier denunciado recurra ante él, sin duda dará la razón a sus policías y pensará más en sus arcas municipales que en la economía del trabajador al que le van a robar la cartera.
·         El legislador que aprueba las leyes que otros le confeccionan, y que su trabajo consiste en representar la voluntad popular, y que no le tiembla el pulso para imponer penas tan altas para cuestiones tan nimias. Sin duda desconociendo el nivel de ingresos de la ciudadanía que representa. Para mayor perfección de su trabajo se discurre el diputado, la manera de que el contribuyente pague y quede satisfecho y le vuelva a votar en las elecciones siguientes.
·         El funcionario que va a tratar de cobrar la multa como sea, si es preciso con la vía de apremio y el embargo, aprovechando todas esas disposiciones que se sabe de memoria y que dejan al borde de la indefensión al condenado. Funcionario que además estará muy convencido de que su trabajo es de los más importantes que se pueden tener porque recauda lo que es justo y necesario recaudar.
·         Y un servidor que vino e iba a trabajar.
¿Acaso somos todos trabajadores?
¿Todos tenemos conciencia de ser trabajadores?
Todos los días miro y todavía no he visto una motocicleta aparcada.

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