Cuando me llaman a la
reflexión los trabajadores, seguramente por las muchas horas que he estado
pensando en ellos para escribir otras obras, me vienen a la cabeza los
jornaleros de mi pueblo que fueron asesinados en el verano de 1936 por defender
la fuerza impagable de sus brazos cuando acariciaban la tierra y la carestía de
sus hijos a la hora de tener para comer cuando se sentaban a la mesa.
Eran tiempos en los que una
mayoría social trabajaba:
Hombres, mujeres, mayores y
criaturas.
El trabajo presencial,
personal y físico era lo único que tenían aquellos hombres nobles. Muchas veces
debían ser ayudados por sus mujeres para arrimar otras cuatro perras a casa
cuando no por los hijos en cuanto tenían algo de fuerzas en sus piernas.
La sociedad de nada les
proveía y todos los recursos naturales quedaban lejos de su alcance a cuenta de
la sagrada propiedad privada. La caridad cristiana disponía auxilio para
quienes se hacían merecedores del amor de dios.
Ellos sí que eran
trabajadores sin más posibilidad que el trabajo luchando contra la ideología de
una sociedad profunda en la que no tenían ningún derecho ni siquiera con
trabajo y trabajando.
Una forma de entender la
vida de aquellos hombres y mujeres, que quisieron apremiar y desplegar haciendo
camino y marcando el paso con los suyos y con sus expectativas sociales. Un
golpe de fuego prendido por aquellas familias pertenecientes a la otra clase,
con la que se dividía la sociedad con una falla insalvable, les cortó el andar,
aquel verano, de manera criminal.
También eran trabajadores,
jornaleros y agricultores pequeños, aquellos otros hombres que los asesinaron
obedeciendo las órdenes de quienes les pagaban su trabajo con monedas de hambre
y de miseria. Trabajadores canallas, que
atendieron a los juramentos de justicia social que les hicieron los criminales
si respetaban a los ricos, con los que creyeron en una fraterna colaboración
entre ricos y pobres, siempre y cuando: los pobres estuvieran muertos de
hambre.
El trabajo de los pobres en
las manos de los que nunca trabajan.
Aunque normalmente les
resulta muy extraño a quienes en ocasiones me escuchan, no me gusta utilizar el
término “trabajador” salvo para criticar su uso y no lo articulo ni siquiera
coloquialmente. Creo que este concepto define a la persona por esa parte de sus
capacidades que más le degrada en su condición de humana, y paradójicamente, se
utiliza con un tono de entre orgullo y menosprecio según quien lo esgrime y para
qué lo esgrime.
Buen trabajador. Pobre
trabajador.
Mejor hubiera sido: creador,
pensador, vividor o amante.
Creo que incluso en las más
estrictas reivindicaciones que se pueden hacer en el mundo del trabajo, más
vale esgrimir los derechos de las personas en general y desde el punto de vista
del sentido común, que reivindicar los derechos de los “trabajadores”.
Hay muchos discursos sin
salida en torno a los trabajadores.
Utilizar el término de
trabajador tratando de aglutinar genéricamente el ser de un conjunto de
personas que entre otras cualidades pueden trabajar, me parece el mayor error
que se ha cometido con los trabajadores primeramente por aquellos que los han querido
defender reivindicando el trabajo desde su necesidad y desde la oferta sin límite.
Aquellos que los defendieron
y defienden en el fondo creen, y les han hecho creer a los trabajadores, que
las masas de trabajadores no tienen nada más importante que su trabajo y jamás
les arengan para ayudarles a creerse y convencerse de que tienen otras muchas
más cosas, y entre ellas: una, que tienen una potencia imparable como es la
capacidad de trabajar si lo estiman conveniente.
El mismo término:
trabajador, conlleva la obligación de trabajar, y pudiera ser que estuviera muy
bien utilizada por quienes se refieren a los trabajadores que tienen en sus
plantillas, o quienes recuerdan los deberes y obligaciones que tienen quienes
trabajan para que ellos puedan vivir a cuerpo de rey, independientemente de que
trabajasen.
Desde la utilización de ese
concepto se le ha dado al trabajo mucha más importancia que la que en realidad
tiene. Incluso las grandes revoluciones basadas en el levantamiento de los
trabajadores también han hecho de la exaltación del trabajo el inicio de su
perdición como seres humanos en toda su extensión, puesto que el trabajo no es
un elemento de liberación sino de esclavitud.
Pero todavía me gusta menos
el concepto: “clase trabajadora” porque ese término, si además lo utilizamos
incluido dentro del concepto de lucha de clases no sólo ha quedado obsoleto
sino que es totalmente perjudicial para entender el trabajo y poder defender
con todas sus consecuencias la condición de quienes tenemos que trabajar para
vivir y aunque para vivir dispongamos de nuestro trabajo no nos convierte en clase
puesto que tenemos otras muchas cualidades.
Además entiendo que cuando
por una u otra causa, casi siempre perversa, se hace referencia a la clase
trabajadora, se ha de entender que son aquellos trabajadores que trabajan por
cuenta ajena y que hay quien directa o indirectamente obtiene unas plusvalías
con su trabajo. Desde este punto de vista, entiendo que el trabajador es aquel
que está prestando horas de su vida en las actividades de producción y en todo
caso por cuenta ajena en la iniciativa privada en la que se puede entender que
hay una importante contradicción de intereses.
Dentro de esta idea los
trabajadores autónomos que venden su trabajo por su cuenta al mejor postor en
cada momento desde una pequeña estructura de empresa, según ese criterio no se
deberían entender como trabajadores. De hecho, creo que la mayoría de estos
trabajadores raramente se suelen identificar con aquellos y son de los
trabajadores que más alardean de su trabajo.
Y cuando el trabajador está
contratado por el Estado, creo que más que trabajador es funcionario. En
realidad tienen muy poco parecido las dos caras y un elemento diferenciador muy
claro: aquellos que en buena lógica son quienes les pagan, cuando hacen uso de
sus servicios voluntaria o involuntariamente, los critican con más saña que con
la que sus patronos les critican a ellos su labor.
Ayer al salir por la mañana
de casa y acercarme al coche veo que en el parabrisas tengo colocado un pequeño
papel amarillo: una multa. Cojo el papel y leo la sanción que me han puesto por
mal aparcamiento. Sin darme cuenta, la noche anterior a eso de las once, a la
vuelta del trabajo, no había sitio donde acostumbro a dejar el coche y entonces
pude ver que había aparcado sin darme cuenta en un espacio que está destinado
para aparcamiento de motocicletas.
Bueno son cosas que pueden
suceder.
La policía municipal puso la
denuncia a las dos de la madrugada.
Buena hora para estar
trabajando en la cosecha.
La sanción es de doscientos
euros.
Lo que cobra un trabajador
en cuatro días después de impuestos.
Para que quede agradecido por haber sido multado, me hacen
un cincuenta por ciento de descuento si la pago pronto y no protesto.
Aparcamiento en zona
reservada para motocicletas.
Sin duda que ha sido mi
error pero allí no hay motocicletas y haciendo memoria solo recuerdo en ese
espacio coches aparcados.
Por un momento me vienen a
la cabeza todos los trabajadores que intervinimos en este asunto tan sencillo y
tan habitual.
·
El
policía municipal que no teniendo otra cosa mejor que hacer se pasea en una
ciudad dormitorio de trabajadores y se aplica en la madrugada para que todo
esté: en el orden que tiene que estar.
·
El
alcalde en cuyo nombre se pone la denuncia y que cuando cualquier denunciado
recurra ante él, sin duda dará la razón a sus policías y pensará más en sus
arcas municipales que en la economía del trabajador al que le van a robar la
cartera.
·
El
legislador que aprueba las leyes que otros le confeccionan, y que su trabajo
consiste en representar la voluntad popular, y que no le tiembla el pulso para
imponer penas tan altas para cuestiones tan nimias. Sin duda desconociendo el
nivel de ingresos de la ciudadanía que representa. Para mayor perfección de su
trabajo se discurre el diputado, la manera de que el contribuyente pague y
quede satisfecho y le vuelva a votar en las elecciones siguientes.
·
El
funcionario que va a tratar de cobrar la multa como sea, si es preciso con la
vía de apremio y el embargo, aprovechando todas esas disposiciones que se sabe
de memoria y que dejan al borde de la indefensión al condenado. Funcionario que
además estará muy convencido de que su trabajo es de los más importantes que se
pueden tener porque recauda lo que es justo y necesario recaudar.
·
Y
un servidor que vino e iba a trabajar.
¿Acaso somos todos
trabajadores?
¿Todos tenemos conciencia de
ser trabajadores?
Todos los días miro y todavía
no he visto una motocicleta aparcada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario