En este SIGLO XXI que avanza
inexorable, vivimos otro sistema que se diseñó a finales del siglo pasado. Una
manera de entender la economía: la escasez de bienes y recursos, que fue creado
a costa de la mayoría social y es explotador de los recursos de esa mayoría.
Es muy posible, eso espero, y con ese
propósito escribo estas páginas, que en estos tiempos, con muy pocas décadas de
vida el nuevo sistema haya entrado en crisis terminal, pero mientras pasa el
tiempo y se sostiene, su maquinaria hace la succión de los peculios de la
población de una forma más sutil y transversal, en apariencia menos violenta
que lo que fueron los antiguos regímenes, pero el entramado del sistema lo
sigue con las mismas dosis de crueldad e injusticia que lo hicieron aquellos siempre
en perjuicio gratuito de una porción social.
* Con lo que paradójicamente se ha convenido
en llamar la redistribución de la riqueza, hoy explota el propio sistema, y lo
hace con más fuerza que nunca y en mayor medida de la que había explotado y
extorsionado ningún otro.
* También explota quien gestiona los capitales
de los pequeños ahorradores que los aprovechan en tiempo y espacio y que los
van depositando aquí y allá según convenga. Capitales que en grandes bolsas les
confiere un poder al que nadie puede hacer contra.
* Incluso explota el descamisado y aunque hace
unos años vistiera peto. Hoy por la fuerza del poder que sustenta, se aprovecha
de quien no tiene camisa, y quien si acaso la tiene, no le llega para cubrir el
cuerpo aunque pretenda dentro de poco llevar chaqueta.
* Sin duda explota quien administra el caudal
público y organiza la manera de esquilmar con rigor a los ciudadanos. Aquellos
que se han convertido en los nuevos burgueses, con dogmas distintos a los que
llaman democráticos cuando de esa calidad no tienen nada.
* Explota quien exige para sí mismo unos
derechos muy discutibles a los que nadie tiene la obligación de responder.
Derechos que grita y exige por medio de una presión desmesurada y finalmente
los consigue… pero que resultan siempre a cuenta de los derechos de terceros
que nada pueden hacer para impedirlos.
* Aunque lo niegue: explota quien impone unas
obligaciones tan subjetivas y aleatorias a la sociedad que aunque sectores
económicos enteros no las quieren y las desprecian, sin embargo, solamente para
una parte de la población son de obligado cumplimiento.
* Y explota quien prioriza una cosa sobre
otras, sea quien sea, el que por egoísta conveniencia da más importancia a unos
derechos que a otros y pone sus derechos por encima de los derechos de los
demás aunque los derechos de los demás sean inalienables.
No obstante una masa social
mayoritaria está de acuerdo con la idiosincrasia del sistema en el que los unos
nos explotamos a los otros sin que esta injusticia tenga importancia salvo
cuando nos toca soportarla a nosotros.
Nadie quiere entender que
haya otras muchas personas que no explotan sin embargo es a ellas a quienes
explotan y a los que además continuamente les trasmiten la idea de que las
cosas están muy mal y que hay que resignarse y quedarse quietas.
A quien esté leyendo estas
páginas, si no se ha parado a pensar en este detalle, le puede parecer inaudito que el sistema
económico en el que vivimos y que aparentemente se mantiene con solvencia y
ofreciendo seguridad a la sociedad en nuestro medio de vida y en nuestro
futuro, está montado en el fracaso.
Un fracaso cíclico y
permanente.
Un fracaso previsto pero que
nadie sabe cuándo llega.
Y el fracaso que arrolla a
los unos, dicen que siempre resulta ser la oportunidad de los otros que salen
fortalecidos y con una nueva acumulación de energías económicas positivas.
Es la justificación de lo
que no tiene justificación
Se puede comprobar a poco
que se rasque en la genealogía de las familias y nada más que con la memoria
que cada uno tiene, los unos y los otros son siempre los mismos, y solamente en
algunos casos excepcionales se traspasan de un lado al otro la fuerza y el
fracaso.
El fracaso siempre está en
el mismo lado de la sociedad.
Y el mismo sistema se
regenera fracasando de tiempo en tiempo y haciendo fracasar con él a la mayoría
de la población que paga las consecuencias y que se tiene que volver a apretar
los cinturones y a una parte la inunda de pobreza. Este fracaso del sistema en
el alma de la sociedad también se aprovecha para que quien cae en la pobreza
recuerde una vez más que es pobre y que si alguna vez creyó que no lo era fue
gracias al propio sistema y que ya puede rezar para que el sistema vuelva a
funcionar.
Los mismos defensores del
sistema, los que son más acérrimos de sus fundamentos, aquellos que nunca
piensan en que ellos mismos pudieran fracasar y que creen que serán siempre los
demás quienes fracasen, ya advierten y reconocen, pero como un aspecto positivo
del propio sistema: que cada cierto tiempo ha de entrar en crisis puesto que
siendo tan eficaz, algunas cosas crecen desmesuradamente y que en las crisis se
limpian las ineficiencias del sistema porque solamente afecta a los peores
dejando sus estructuras libres de cargas que los hundan.
A ellos al parecer nunca les
llega porque son los mejores.
Pero no obstante casi
siempre son los mismos fracasados los primeros que vuelven a poner el sistema
en movimiento, sin necesidad de asumir sus fracasos anteriores, si acaso tratan
de disimularlos y ocultarlos.
No escarmientan.
Pero son los que mantienen
el sistema.
Los que dicen que han
aprendido de los fracasos.
La realidad es que por
necesidad han de insistir en volver a echar otra partida que les saque de su
fracaso. Desde sus propias cenizas vuelven a encender su fuego y vuelven a
confiar en el sistema. Con el calor se vuelven a activar con nuevas energías,
para otra etapa, sin replantearse para nada la verdadera eficacia del propio
sistema.
Y en esa partida nos
arrastran a toda la sociedad.
Administrar el fracaso
mientras que se pueda y no se note y después retirarse sin reconocer nunca que
se ha fracasado y que es el sistema el que no permite más que el fracaso.
El sistema tiene su propia
manera de entender las conquistas y triunfos de la vida. Aplaude las épocas de
crisis porque de la crisis y del fracaso sobrevienen nuevas oportunidades de
volver a empezar y siempre las aprovechan quienes no han fracasado. Este
aspecto es uno de los motivos de las grandes acumulaciones de riquezas en unos
pocos.
Pero el mayor fracaso del sistema es lo que
afecta a la sociedad, a la población con menos posibles tanto en tiempos de
crisis como en los tiempos de bonanza.
Y ese fracaso no se tiene
presente.
El fracaso de una sociedad
que tan sólo necesita para subsistir del trabajo racional y con arreglo a sus
posibilidades de las personas que lo componen, y que sin embargo, se le somete
sin piedad cada cierto tiempo a unos vaivenes que no llevan más que miseria y
dolor.
En estos tiempos el sistema
parece que está pasando por unos momentos de apuros que pueden ser definitivos
aunque son muchas las fuerzas que tratan de sostenerlo y recomponerlo con
engaños y amenazas. Es ahora cuando algunos sabios profetizan que ha llegado su
final sin tener en cuenta que los gestores del capital siempre sabrán dar el
golpe de timón para reconvertirlo en favor de los que son dueños del dinero y
de la continuidad de los estados que son los que les dan cobijo y a la
concatenación de cosas que los sostiene.
Los encubridores del poder
sistemático instituido están en estos momentos con sus elucubraciones y polvos
mágicos están buscando salidas milagrosas a la ruina. Entre todos tratan de
concretar dónde hay que establecer el punto de apoyo de la toma de sus
decisiones y ya han provisto que sea desde el punto más alto y más lejano de la
población para que a ser posible nada puedan hacer para impedirlo.
Lo que voy a decir a
continuación quizás no se pueda defender sino con la perspectiva que dan los
años y la experiencia acumulada y posiblemente una buena dosis de inocencia,
pero creo que: un sistema que para su supervivencia debe entrar en crisis cada
cierto tiempo y que sin replantearse su filosofía ha de volver a renacer desde
nuevas energías con más esfuerzos y más ilusiones y más mentiras, no merece
seguir con vida, más si cabe si como dicen sus defensores, esas crisis no se
pueden evitar y le son necesarias al sistema, y como consecuencia, se convierte
en tanto sufrimiento para la sociedad que no ha hecho nada salvo inocentemente
seguir durante toda una vida en los valores que le han inculcado.
Algo tendrían que pensar los
economistas para cambiarlo.
Y los sicólogos y los
filósofos y quienes dicen que piensan en el bien social y que a lo mejor cobran
por hacer esta faena.