Los sindicatos son un elemento más del engranaje del
sistema económico que nos absorbe y que nos hacen odiar al trabajo cuando
tenemos trabajo, y soñar con poder trabajar cuando nos falta. Son las
instituciones que en última instancia animan al trabajo y a la creación de
empleo, puesto que quienes tienen trabajo: los trabajadores, son sus clientes
potenciales y no pueden ir perdiendo poco a poco su cuota parte del negocio y
con una parroquia a la baja.
Viven en el
mismo estado de agonía y descrédito que vive el propio sistema. Aunque los
sindicalistas no lo reconozcan, ellos mismos, también han podido comprobar que
el producto que venden, mantener el concepto de trabajo como hace más de cien
años, de nada le sirve a una sociedad en la que el propio trabajo suplanta la
esencia de su existencia.
Un día, en una empresa en la que estaba prestando mis
servicios de consultoría, había que hacer elecciones para elegir al representante
sindical. Uno de los trabajadores lo había requerido de la mano de uno de los
sindicatos que operan en el sector. Una vez convocadas las elecciones, fueron avisadas
el resto de las centrales sindicales que tienen derecho a ser informadas del proceso
elección en cualquier empresa. Finalmente
dos organizaciones se quisieron presentar para que la candidatura electa
estuviera adscrita a su organización.
La primera candidatura planteó una pelea muy cutre
para evitar que otra candidatura alternativa del sindicato contrario pudiera
presentarse con la aquiescencia de la empresa y la pudiera dejar fuera de
juego. Porque es cierto, que la segunda central pretendía que la dirección de
la empresa eligiera a la persona que encabezara la candidatura a su conveniencia
pero bajo el manto de su central.
La pelea entre los dos representantes fue bastante
lamentable.
De cada una de las centrales, aparecieron en la
empresa los representantes del sector en el que estábamos para ofrecer sus servicios
sin llegar hablar directamente con los trabajadores y sin embargo me utilizaron
de mediador sin haberme prestado en ningún momento a esta labor y trataron de
convencerme de sus virtudes para que les apoyara.
La primera central me prometió lo siguiente:
·
Desde su sindicato,
pasara lo que pasase, no nos iba a molestar para nada en nuestra actividad con
reivindicaciones de ningún tipo.
·
Se ofrecían a
prestarnos sus servicios de asesoría laboral, incluso si era en conflictos
laborales con los trabajadores.
·
Para mostrarnos su
apoyo, nos incluirían en el catálogo que tiene el sindicato de empresas amigas
para que sus afiliados de la zona hicieran sus compras en nuestro
establecimiento.
Lo cierto es que en aquella empresa en la que se
trabajaba bajo unos criterios cercanos a la esclavitud, se necesitaba una
acción sindical que concienciara a la empresa y también a sus empleados: de
unas mejoras importantes en la concepción y organización del trabajo en la
seguridad e higiene y de la duración de la jornada laboral.
Ninguno de los dos estaba preparado ni dispuesto a
hacerla.
Estaban a lo suyo: una labor comercial de su fuerza y
marca.
En realidad los sindicatos son unas organizaciones que
también se han creado en el entorno del trabajo, de los trabajadores, de los
derechos laborales y la formación para trabajar y de ello han hecho no la razón
de su existencia sino su modo de vida. Las consideradas centrales sindicales mayoritarias
han logrado, atendiendo las necesidades menos imprescindibles del sistema y sin
que nadie las cuestione, darle la mínima conjunción y credibilidad necesaria al
propio sistema.
Pero en realidad lo que han conseguido es una red, una
estructura en la que miles de sindicalistas tienen un puesto de trabajo y de
paso ser una fuerza de choque y de presión o una polea de transmisión con la
que pueden incidir en toda clase de decisiones políticas y sociales aunque nada
tengan que ver con el mundo del trabajo.
Otra tela de araña tejida de trabajo surgida del
invento.
Los sindicatos en la actualidad, nada tienen que ver
con aquellas organizaciones que nacieron hace más de un siglo, de la mano de
obreros valientes y justicieros que luchaban contra el hambre y la miseria y
que desde una labor absolutamente altruista lideraban a los suyos y les
llamaban a1 rebelarse contra el amo. Aquella era una labor en la que los mejores trabajadores entendían sus
reivindicaciones como el primer paso para conquistar el poder político y
cambiar el mundo.
Todo ha cambiado desde entonces.
Ahora son profesionales, no sé si obreros o trabajadores.
No pueden reivindicar cuestiones políticas sino
sindicales.
Tienen que mantener engrasados los engranajes del
sistema
No pueden romper la máquina que los alimenta.
Llaman al orden y la concordia y están alerta de las
líneas rojas.
Si los sindicatos sirvieran para algo de lo que se les
supone sirven, tomando como base su historia y tradición, sin duda esas
estructuras serían financiadas con los pagos de los beneficiarios por sus
servicios y por las bolsas de resistencia que se creaban ante cualquier
conflicto. Nunca cogerían ni un céntimo de sus enemigos. Sin embargo como no
son capaces de dar la suficiente satisfacción a los clientes aque apoyan y
asesoran, entonces, con excusas bien conformadas a lo largo de los años
consiguen que sea el Estado quien los financie y que les posibilite líneas de
negocio con las que poder tener un chiringuito propio.
Esta circunstancia sirve para los que en definitiva
trabajen para el Estado y por ende para el sistema. O sea que nunca llamará a
la rebelión para acabar con el sistema como lo hicieron antes y mucho menos
contra ese Estado en el que cuelgan todas sus esperanzas.
Una vez financiados por el Estado los sindicatos ya
son uno más de los valedores del sistema que nos contemplan, y sin ni siquiera
ocultar su estrategia: son precursores por encima de todo del poder del Estado.
También alimentan el pensamiento social en función de la necesidad del trabajo,
su ordenamiento y sus diferentes escalados en los que se ubica no su poder,
porque en el sistema ya está todo decidido, sino su pesebre.
En la actualidad, la labor de los sindicatos ya no es
la de revolver la sociedad desde sus entrañas obreras como tradicionalmente se
había entendido, sino que se ha especializado en plantear dentro del sistema
todas aquellas ocurrencias positivas que puedan aportar y desarrollar para que
nada cambie y para que el sistema se realimente. También su tarea consiste en procurar
que todas las relaciones de trabajo sean cada día más complejas, confusas y
difíciles para crear una cierta dependencia y que en nada de lo que hay
establecido pueda romper su devenir, y de paso, que los trabajadores que están
afiliados salgan favorecidos en la marabunta.
Va, todo un cuento que para qué contar.
Las circunstancias son diferentes cuando se refiere a
aquellos sindicatos que se consideran independientes, en las últimas décadas se
han creado sindicatos obreros de todas clases que son exclusivamente
especializados en asuntos de un sector específico o de una empresa concreta, o
que tratan en exclusiva de determinados profesionales. Estas organizaciones lo
único que hacen es reconocer el sistema como injusto, pero sin embargo,
únicamente tratan de hacer valer sus derechos específicos por encima de los
derechos de otros trabajadores y en ocasiones aprovechando de forma desmedida
su posición en la organización de la actividad económico y social o lo que es
lo mismo aumentar la injusticia.
Estos sindicatos nunca cometen el pecado de ir contra
el sistema ni se les ocurre meterse en política, se consideran los más honrados
y consecuentes cuando no es más que manera egoísta de preocuparse por lo suyo y
dejar de preocuparse de los asuntos de los demás.
Todos predican la unidad en torno a ellos mismos.
Unidad de acción le llaman.
Los empresarios también tienen sus sindicatos.
Parece mentira hasta dónde se llega a jugar con las
palabras.
Sus organizaciones sindicales también suelen defender
el mundo del trabajo para que haya más disposición de trabajo más barato y más
dúctil. En esta confederación unen sus intereses grandes y pequeñas empresas o
empresarios mostrando una ensoñación de intereses comunes desde su parco
conocimiento de una realidad aparente en la que se mezcla sin juicio el agua y
el aceite.
Desde el mundo sindical además también se tiene una
perspectiva de la sociedad muy interesante: de una manera ladina los sindicatos
de ambos lados han ido organizando una tela de araña de mesas sectoriales y
planes de formación para el trabajo y para el mundo de la gestión empresarial y
sus necesidades: técnicas modernas de mando, con el que han conformado una
actividad económica paralela al mundo que funciona a su aire para justificarse.
Estos sindicatos ya consolidados en el sistema se puede
decir que son los primeros en aprovecharse de los potenciales beneficios de los
unos y del trabajo de los demás.