lunes, 12 de mayo de 2014

Otros trabajos dignos.

Sin embargo hay otros trabajos en la sociedad que no son dignos.
      Las autoridades tratan de perseguirlos y ocultarlos.
      La filosofía y sabiduría social los desprecia.
      En estas páginas los quiero dignificar.
     
      Me llamo Pepe soy un mendigo y trabajo en esta calle.
      ¿Es la mendicidad un trabajo?
       Los poderes públicos prohíben la mendicidad y en todo caso la toleran en estos tiempos en los que hay quien ha de vivir pidiendo en la calle o de puerta en puerta,
       No obstante una parte importante de la población la rechaza y la mejor manera de rechazarla es no dando un euro a quien se lo pide. Algunas personas, para aliviar sus conciencias transmiten la leyenda de cómo son las mafias que se crean en torno a los limosneros que tienen tanto poder o más que las mafias de las mafias de verdad y cuentan cuántos mendigos han muerto siendo millonarios.
       Si los mendigos murieran siendo millonarios, no cabe ninguna duda de que el sistema no necesitaría de ningún cambio.
        Es la mendicidad un trabajo que ha de perseguir la autoridad porque no genera empleo ni paga impuestos y degrada el nivel de justicia social que parece corresponder con el sistema existente.

      ¿La prostitución es un trabajo?
       También las autoridades ven con malos ojos la prostitución y ni siquiera para recaudar impuestos le da visos de legalidad y aunque son muchas más las personas que utilizan los servicios de la prostitución que quienes confiesan que la utilizan, la realidad es que esta actividad está muy mal vista por la población tanto por las mentes bien pensantes como las mal pensantes.
       Qué diferencia hay entre la mendicidad y la prostitución y el trabajo como lo entendemos habitualmente en el que entregamos muchas horas de nuestra vida, nuestra fuerza física y nuestra capacidad intelectual por el precio que alguien nos quiere pagar y en tiempos como los que estamos viviendo, debiendo dar las gracias.

       Es muy complicado determinar cuáles son los trabajos dignos.
       Vamos a ver algunos ejemplos:
       Esta mañana he estado en una manifestación a propósito de una huelga general que se ha convocado donde vivo.
       Allí estábamos mucha gente de todas clases y condiciones y seguramente con ideas muy contradictorias entre las que nos movían a unas y a otras. Pero juntos andábamos de manera pacífica por medio de la calle casi todo el rato hablando con el que va a tu lado que a lo mejor hace mucho tiempo que no lo veías y que además había sido en las mismas circunstancias. De repente  más delante de donde yo iba, una avalancha de gente salió corriendo despavorida después de que sonara los disparos de pelotas de goma. De pronto delante de mí no había nadie y a unos cincuenta metros quedaba dos contingentes de la policía. Unos: vestidos de negro y los otros: uniformados de rojo.
Allí parado por la incapacidad de moverme a mí no se me ocurría otra cosa que no tener miedo. Y gritaba ¡vamos, vamos que no hay que tener miedo! Y me acercaba junto con otros hasta donde estaba la policía y pensaba para mis adentros para hacer acopio de valor: cómo puede alguien tener un trabajo en el que ha de: amedrentar, provocar, amenazar, pegar, disparar y en casos extremos llegar a matar, a personas como yo que no hemos hecho nada de lo que se nos pueda acusar… si acaso protestar.
      Protestar por una sola de las cosas por las que protestaría.
      Es este un trabajo digno.
     
      Aquí, donde estoy escribiendo estas páginas, recogido entre las montañas de la Sierra del Cuera, en el Valle Oscuro, las pocas personas que viven y que tienen capacidad para trabajar no tienen trabajo. Es el resultado de las políticas que para ser más eficientes han implantado y acabado con todas las economías rurales en las que se había vivido durante siglos sin más dependencia y denuedo que la que procuraba la propia naturaleza a la que se agarraban.
      También eran trabajos dignos con los que ya no se puede subsistir.
       En medio de la crisis, quien puede, trabaja algunos meses en el sector del turismo, el de la construcción hace tiempo que ha muerto y no se ha acabado con el problema de trabajar porque quien vuelve a trabajar a la ganadería difícilmente se gana la vida.
       Hay quien se apunta al ejército para defender la patria.
       Luego lo mandan a Afganistán a trabajar por la paz.
      ¿Son éstos los nuevos trabajos dignos de ser mantenidos…?
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       Uno de los trabajos, que no profesión, que a mí más me asombran es el de guardaespaldas, escoltas. Personas con las que me he cruzado por las calles de mi pueblo haciéndole la corte al alcalde de turno corriendo tras él y mirando a todas las partes a la vez.
       No me cabe en la cabeza: cómo es posible que haya personas que sean capaces de asegurar que van a entregar su vida por otro porque es ese su trabajo.
       Qué sabrá él, de lo qué pasará el día que se vea en ese brete.
       Qué concepto se puede tener del trabajo si ha de jugarse la vida. 
        Es conveniente reflexionar cuántas personas y cuántos empleos tienen el mismo cariz que el de los guardaespaldas, guardar: los intereses, las propiedades, la fama y el buen nombre de otros tantos poderosos: sistemas, instituciones o personas a cuenta de su propio nombre, de su propia fama y de su mayor propiedad.
       Todos sobran.
       Quien nada ha hecho nada tiene que temer. Decía un ministro.
      
       Otro trabajo que me transmite mucha pena interior es el de las personas contratadas para que vigilen los coches y no estén en los aparcamientos de pago más tiempo que el que han pagado. Todo el día en la calle tratando de poner buena cara a quién han denunciado. La verdad es que me enteré hace unos días que les llaman gusanos porque hay uno en cada manzana. Estos empleos tienen todos los componentes de lo que nunca debería ser un trabajo.
        -     Servicio público absolutamente innecesario.
     -  Gestionado por la empresa privada.
     -   Mal pagado y sancionador.
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Los bancarios me vienen ahora mismo a la cabeza.
      Nos tocan muy de cerca y nadie sabemos qué son en realidad.
      No hay más orgullo para los trajes de paño y las corbatas.
      Para las mujeres que han triunfado profesionalmente.
      Trabajar tras las ventanillas de un banco es una de las dichas más grandes que ha encontrado cualquier persona joven y brillante.
       Los bancarios son de los escasos profesionales a los que por medio de los ordenadores les han medido su productividad al céntimo.
       Productividad que a ellos se la han pagado también al céntimo.
       Sueldos, primas, comisiones, objetivos, bonos.
       Aquellas personas que hace unos años eran las de tu confianza, las únicas que sabían cuánto dinero tenías y si te iba la cosa bien o mal, en los últimos años han aprendido a robar, a robar a sus clientes a los más débiles mucho más que a los pudientes.
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        Empresario, creo que también es una profesión de la que se había de evaluar su necesidad social como líderes de la actividad económica sobre la que se basa el sistema. En la división del trabajo, cuando a alguien le corresponde ser empresario, con mejor o peor fortuna, como si de un sacerdocio que imprime carácter se tratara, se es empresario durante toda la vida. Si la empresa le lleva al empresario al trabajo abnegado de muchas horas y de muchos días y al fracaso económico, las consecuencias financieras le puede perseguir de por vida.
       La sociedad no perdona el fracaso de los demás.
       Si la empresa le lleva al trabajo límite estresante y absorbente y al éxito, las consecuencias son más insignificantes pero garantizan convertirse en un perfecto sinvergüenza ante los ojos de quienes la conocen y en un presunto delincuente.
       La sociedad no asimila el éxito que no sea el suyo.
       Para seguir vivo con su empresa el empresario tira para adelante. Trata de buscar nichos de mercado en aquellos lugares en los que nunca nadie ha pensado antes, por lo tanto se ha inventado un servicio, un trabajo que aunque no sirva para nada, el mercado lo ha dado por bueno y ya trabaja para que ese cuento dure toda la vida.
       No merece la pena: ni tanto mérito, ni tanta tragedia.
       No merece la pena crear tanto trabajo ni tanto cuento.
       El mismo empresario atenta contra su propia dignidad.
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