miércoles, 6 de agosto de 2014

Lo que cuesta hacer las cosas.


Toda la actividad humana en lo que al trabajo se refiere, desde el momento en que el tiempo tiene un valor económico, tiene limitados y estandarizados los tiempos precisos para hacer todas las cosas.
      Un día mi amigo Juan me pregunta:
      -   Pedro, ¿es posible que en mi empresa trabajando menos horas se pudiera producir lo mismo que lo que se produce ahora…?
      Al parecer era una duda que le corría a mi amigo por la cabeza, producto de una idea que pergeñaba desde hacía tiempo y que no sabía cómo darle forma en sus elucubraciones.
      Pensó que yo podía ayudarle a encontrar una respuesta.
      Sin pensármelo demasiado le dije:
      -  Sí… aunque parezca imposible siempre que pasa igual sucede lo mismo… y las cosas siempre cuesta hacerlas el tiempo que se tiene para hacerlas y cuanto más tiempo se tiene más cuestan. Te aseguro que incluso en algunos casos la baja calidad del trabajo se produce cuando se invierte más tiempo del necesario para hacerlas.
      Este es un principio sobre el tiempo, que pensé para mi trabajo hace ya algunos años. Y sin duda me costó definirlo justamente el tiempo que tenía para poder tener una fórmula con la que poder hacer frente a los muchos problemas de producción y organización en mi trabajo. La verdad es que me costó gran esfuerzo de observación y de concreción formularlo pero ahora me parece aprovechable para cualquier ámbito de la vida en que se trata de hacer algo.
      Ahora esta manera que tengo de ver la producción, cuando se lo expongo a quien está trabajando para que mida mejor sus tiempos y esfuerzos le molesta y me contestan que yo no he trabajado en la vida y que no sé muy bien lo que digo. Aunque lo cierto es que al final acaban haciendo lo que tienen que hacer en el tiempo que tienen porque no queda otro remedio si se quiere que funcionen las cosas.
      Juan trabaja en una cooperativa de trabajo asociado y desde unos principios que tiene interiorizados de procurar la justicia social y la solidaridad obrera. Mi amigo piensa que el desempleo es una lacra social que hay que atajar aunque no sabe bien cómo pues se enreda entre desear que se creen puestos de trabajo y la sensación de que se produce mucho más de lo que socialmente se necesita.
      Por eso, en sus pensamientos se diluyen sus preferencias por trabajar menos horas para poder ofrecer algún puesto de trabajo entre tanto paro como hay en la zona, pero sin querer, se ha dado cuenta de que en su empresa si trabajaran una hora menos al día para contratar a alguien en realidad no bajaría la producción y ni siquiera sería necesario contratar a nadie.
      Es que está todo organizado para que cueste lo que cuesta.
      Claro, una por una… meter las horas.
      Con que cambiaran dos cosas hasta nos sobraría tiempo.
      Y seguro que hasta hacíamos las cosas mejor.
      Se cruzan sus pensamientos con la realidad laboral que conoce.
      -   Pero amigo Juan, te puedo asegurar que este es un principio que se cumple siempre, hagas lo que hagas, independientemente que sea una tarea productiva o de ocio. Si lo observas detenidamente incluso viendo la televisión… estamos el tiempo que tenemos para verla aunque a veces estemos luego toda la tarde sin darnos cuenta.

Téngase en cuenta esta realidad:
Desde esta perspectiva que propongo de que las cosas cuestan el tiempo que tenemos para hacerlas, desde siempre gobiernos y curias a la humanidad se le ha marcado el tiempo que tenía para hacer las cosas que tiene obligación de hacer para tener derecho a comer. Al parecer se estableció que tenía que ser a razón de seis días de trabajo con un día de descanso. Se estableció en el génesis de la novela sagrada que estudian quienes creen en la existencia de un solo dios, con la intención de que ese séptimo día se utilizara para honrarle porque que también él, tuvo tasada la duración de la creación en siete días. Más no le podía costar.
      Luego para cada día para tener derecho a comer, se estableció que el trabajo debía ser de sol a sol con una jornada más o menos larga según la estación del año y según fueran las inclemencias de la naturaleza.
      En el último siglo se han entendido como una unidad de trabajo las ocho horas al día, que poco a poco se han convertido en cuarenta horas a la semana que ha sido la medida que se ha utilizado hasta llegar a este punto de crisis irreversible, en el que se hace necesario limitar de nuevo el tiempo de trabajo para que se acomode a las necesidades reales de la humanidad.
      Alargar el descanso semanal a dos días ha sido una modernidad que no se había permitido hasta que la mujer ha entrado al mundo del trabajo remunerado. De alguna manera, hace unos pocos años y sin decirlo a nadie para que no se corriera como un derecho innegable, se entendió que se trabajaba más de lo necesario. En ese mismo tiempo y por primera vez en la historia del viejo mundo, se empezó a ver mal que la infancia trabajara, si bien sigue trabajando en algunos rincones.
      No obstante todavía existen civilizaciones y zonas geográficas en las que es obligado trabajar de sol a sol casi todos los días del año. Que se puede ver de madrugada acudir al tajo a quienes todavía no han cruzado la adolescencia. Todo por el crecimiento y una supuesta mejora del bienestar en unas sociedades hundidas en la pobreza, en las que tanto trabajar, sin que les llegue para quitarse el hambre y desterrar la miseria.
      Allí todavía siguen engañando a la población,
      Algún día les dirán que no hace falta trabajar tanto.
      Es vergonzoso lo que hacen los poderes con el trabajo de la gente.
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      En el desarrollo de la actividad en las últimas décadas, el tiempo que se tiene para hacer las tareas es muy diferente según de qué producto se trata. En los procesos de la industria cada vez han de costar menos hacer las tareas porque los métodos industriales han ido mejorando paulatinamente y la competencia global hace que el tiempo las limite.
       Sin embargo, en las tareas de cuestiones sociales, aquellas para las que solamente es necesaria mano de obra con una cualificación que es  relativamente sencilla de alcanzar, por su necesidad incuestionable, cada vez es necesario más tiempo para hacerlas. Un tiempo que hay que buscar y habilitar en lugar de destinarlo a otras cosas que socialmente son menos importantes. Un tiempo del que dicen, al menos en términos económicos, no podemos permitirnos costear y que se limita en contra de los intereses generales de la sociedad.
      Dentro de estas variables que significan el tiempo que se tiene para hacer las cosas y la capacidad de aprovechamiento de ese tiempo y por lo tanto la capacidad  de producción se ha creado dos mundos paralelos:
      ·  El primero en el que todo el mundo va corriendo y siempre llega mucho más tarde que los orientales porque dicen que han demostrado que están más y mejor capacitados.
      ·  Y otro mundo de servicio a los demás en el que se trabaja con tranquilidad y permisividad y que está imbuido en la desorganización y la desidia y de una burocratización que lo está convirtiendo en inviable.
      Pero en los dos mundos está desapareciendo la gente que trabaja. Una por una en cualquier organización que no haya más personal del estrictamente necesario aunque no se esté haciendo el trabajo mínimo necesario para asegurar su eficiencia.
      En ninguno de ellos se entiende que se haya de limitar el tiempo de trabajo y en todo caso limitar y precarizar el número.
      Es importante entender esta dualidad en el mundo del trabajo.
      Este concepto del mundo interior y de las necesidades básicas en el que los unos nos servimos a los otros de todas esas cosas que conforman las necesidades de la condición humana, es un mundo que no tiene por qué verse afectado porque todo nos lo pagamos a todos.
      Y entre nosotros tenemos todo el tiempo del mundo.
      Y este tiempo en el que nos servimos, nos lo tienen más tasado que ningún otro, para que no nos sirvamos nosotros sino que les sirvamos a quien nos lo tasa: al sistema.
      Quizás en el fondo solamente quede una idea y es que las nuevas formas y conceptos de gestión hablan del trabajo y que aquellas funciones que se hacen por dos caminos distintos para ahorrar costes humanos y económicos haya que despedir a aquellos que duplican el esfuerzo o que le han cogido gusto a no hacer nada.
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      He observado durante muchos años que les cuesta mucho más hacer las cosas a quienes tienen que trabajar por necesidad, por obligación. Desde la concienciación cultural que han asumido, no ven el trabajo como un castigo que han de evitar y en todo caso han de aminorar en tiempo y esfuerzo, sino que tienen interiorizado que lo tienen que hacer porque su sino vital es que tienen que trabajar, y si acaso, sólo alguna vez limitan el esfuerzo. He comprobado que nunca tratan de poner freno al tiempo y siempre están dispuestos a hacer unas horas que total: para estar en casa sin hacer nada.
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