lunes, 22 de septiembre de 2014

El trabajo abandonado

Ha habido un tiempo extenso en el que el dinero perdía valor sin remedio. Ya no era el oro el que soportaba su valor en la misma moneda sino el devenir de la situación económica del Estado que la soportaba. Para evitar la perdida, quienes tenían dinero no tenían más monedas que las que podían llevar en el bolsillo, el resto lo tenían en tierras o ladrillos que ganaban en valor más que lo que perdía el dinero.
       Era una buena manera de guardar el dinero: en propiedades.
       Todas esas piedras y ladrillos: son trabajo, casi siempre hurtado.
Otro de los aspectos más representativo del fracaso del sistema, aunque se considere bienes legítimos de terceros, es la cantidad de trabajo abandonado que nos podemos encontrar si paseamos por cualquier ciudad vayamos por donde vayamos y que ya ni siquiera nos llama la atención. Bienes y recursos que no solamente afectan a sus dueños y propietarios sino que casi siempre también afecta directa o indirectamente al conjunto de la sociedad y que son una gran exposición de trabajo despilfarrado.
       ·   Construcciones abandonadas que han servido en tiempos pasados para que quien no trabajó lo acumulara con el nombre de sus inversiones y que si un día sirvió para algo igualmente pudiera servir ahora pero sin embargo el sistema prefiere abandonarlo sin importarle la entrega que en su día ofreció el trabajo porque ahora ese trabajo tiene su legítimo propietario.
      ·   Construcciones nuevas que se idearon con la esperanza de ser fuente de rentas y de riqueza y que sin embargo todavía no se les ha podido quitar el olor de la obra.
      ·   Empresas comerciales, industriales y de servicios que dejaron de tener su actividad y que lo único que queda es un cartel que recuerda que allí estuvieron.
      ·   Edificios públicos que si sirvieron entonces, no sirven hoy ni servirán mañana, y que si todavía se utilizan, no se sabe si utilizarán mañana y que si hot no se usan no garantizan que se usaran ayer.
Esta tarde he salido de paseo por Pamplona. Voy andando desde la periferia hasta el centro y he podido observar cuántos edificios viejos están medio abandonados, incluso todos los aledaños de un hotel de referencia que está ubicado en el mismo centro de la ciudad están sin uso desdeñable. También veo edificios nuevos que están desocupados y que nadie ve las posibilidades de utilizarlos en algo que tenga utilidad y locales comerciales,
       Seguramente porque no tienen ninguna utilidad
       Ni nunca la tuvieron
       Todo es trabajo acumulado abandonado y que ya a nadie parece servirle, pero que en su día: consumió muchas horas de trabajo de personas que pudiera ser que incluso las realizaran en condiciones salariales de miseria e infrahumanas.
 Entiendo que para valorar las necesidades y las premuras del trabajo, dadas las condiciones en las que se plantean en estos tiempos modernos es necesario reflexionar sobre algunas circunstancias que pasan con normalidad en el pensar de la ingeniería económica pública.
       Ejemplo de lo que es trabajo abandonado que tiene todos los ingredientes, inmobiliarios, empresariales, financieros y políticos:
       En el pueblo en el que vivo hace unos veinte años hicieron un parque nuevo con un lago artificial en el centro que le daba una categoría que para qué querían los de la ciudad. Los políticos municipales que ya habían hecho su agosto con la urbanización de las promociones de viviendas que rodeaban el parque: primera fila de parque casitas con verjas y jardín, segunda fila de parque dúplex de cuatro habitaciones y ático con terraza y alrededor: un cordón de pisos en cuatro alturas que sirve para mantenerlos al abrigo del viento.
       Los políticos piensan que han de dar vida económica al parque.
       ¡Pongamos una cafetería...!
       ¡La paga el ayuntamiento, pedimos un crédito y la alquilamos...!
      Todos los ediles reflexionan ante tan brillante idea y algunos llegan a votar levantando las dos manos en una comisión municipal inolvidable en la que se llegó a saborear el aroma del café.
      ¡Con el alquiler pagamos el crédito y cuando paguemos el crédito la renta será limpia para el Ayuntamiento que además será el orondo propietario de una cafetería en medio del parque al lado del lago en el corazón del pueblo y en el centro del mundo!
      ¡Manos a la obra...!
      El concejal de obras públicas junto con el responsable de hacienda y el coordinador de la comisión de desarrollo local se ponen en contacto con el arquitecto, un tío muy majo de estos modernos que hacen cosas que a nadie gustan y que tampoco parecen bonitas... pero que sin embargo se cotizan porque se trata de cosas muy extrañas, que son muy caras y hacen las obras en un periquete sin necesidad siquiera de hacer presupuesto.
 
      ¡Que cueste lo que valga…!
      ¡A ver si lo podemos inaugurar para el verano...!
      ¡Sí, sí para antes de las fiestas...!
 
 ¡No... no jodas... p´antes de las elecciones tiene que ser...!

       Un día en que había mucha gente se inauguró.
      El edificio más que precioso quedó raro: todo un mural de cristales gruesos como si hubieran querido representar una urna como un fiel reflejo de la democracia. Sujetas las paredes con grandes vigas de hierro atadas con unos tirantes que eran tornillos gigantes que pintaron de colores. Lo demás todo madera. Un cubo de mil metros cúbicos pero no es cubo, porque es un cubo un poco escorado a todos los lados, que no tiene ningún ángulo de noventa grados. Vamos para que se pueda imaginar: es como si el arquitecto lo hubiera hecho sin cartabón y el constructor lo hubiera montado sin plomada.
     Se olvidaron al componer tan brillante idea de que alguien había de gestionar la cafetería y dar servicio al potencial cliente y mantenerla abierta todo el día sin tener que poner dinero de su bolsillo.
     Un vecino que llevaba la cuenta de los que iban pasando la perdió cuando ya eran más de nueve los desgraciados que habían tratado de ganarse la vida allí sirviendo un café con leche a quien se asomaba. Gente admirable que seguramente se había dejado allí los ahorros que tenían y los que habrán de recuperar en los próximos diez años.
     Han pasado más de diez años. Esta mañana yendo de paseo los he visto: el cubo con los cristales sucios y ahí está también el lago sin agua que lo bañe, tampoco calculó nadie que había que mantenerlo limpio y el edificio medio abandonado.
      Este es un ejemplo que contiene todos los aspectos de cómo ha servido el ahorro para financiar proyectos que no han dado más que trabajo y ruina y que ha sido ideado por el aparato del Estado.

Cualquier ente o persona que invierte dinero suyo o tomado prestado en un negocio que fracasa y quiebra, perjudica a los demás tanto como a sí mismo. Cada vez que se cierra una empresa, nacida o sostenida desde cualquier iniciativa, cada vez que fracasa un proyecto, y son el noventa y nueve por ciento, trabajo humano despilfarrado, de tiempo que hubiera podido dedicarse a producir algo susceptible de ser disfrutado o vivido. Esfuerzos que mal se perdieron en la construcción de naves, la fabricación de máquinas, preparación de instalaciones, que una vez construidas, no benefician a nadie. Recursos perdidos que siempre se cargan contra el trabajo: el que se había acumulado antes y contra el que hubo de realizarse hasta que el fracaso fue fragante.
       El sistema y la filosofía que mantiene estos fracasos y casi las más de las veces las subvenciona a fondo perdido con un argumento que ha convencido al mundo: hacer y hacer aunque no haga falta es un bien en sí mismo. Es necesario hacer lo que sea y después tener capacidad para venderlo o deshacerlo.
      Con esta idea se mantiene viva la estrategia del trabajo.
      ¿Cuántas necesidades se hubieran podido satisfacer con el trabajo que está abandonado y cuánto trabajo nos hubiéramos ahorrado si no se hubieran realizado esos trabajos?
      Si antes de hacer algunas inversiones se hubiera gastado su dinero en dar fiestas mejor hubiera sido. Alguien lo hubiera agradecido.

No obstante, con el trabajo altruista de muchas generaciones que como si fuera abandonado por sus dueños había quedado en prenda de cientos de vírgenes y santos a lo largo de los años, trabajo utilizado para levantar iglesias y ermitas conventos y casas parroquiales como si no tuviera más valor que el emotivo ha habido quien lo ha aprovechado. Los bienes comunales vecinales de los que se ha apropiado la iglesia católica suponen una prueba del ahorro acumulado con bienes que ya empezaban a tener matices de abandonado, y que ahora, a ese trabajo está convertido en mercancía con el valor del poder y del dinero.
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