miércoles, 1 de octubre de 2014

La ambicion del trabajador

En cierta ocasión, en mi pueblo, en la misma plaza en la que vivo, había una manifestación a cuenta de que una de las empresas que había en el polígono industrial local tenía intención a despedir a casi todos los trabajadores. Como aquella tarde estaba en casa no me importó bajar para hacer acto de presencia: no sé si para ver y no tener que preguntar o si por solidarizarme con ellos. Pude comprobar que había muy pocas personas del pueblo en la protesta, aunque también es cierto que había bastantes forasteras tratando de elevar sus protestas al cielo.
       Pregunté a alguien cómo era posible que hubiera tan poca gente del pueblo y me contestó: ¡mucha gente está contenta porque aunque la empresa iba a despedir a casi toda la plantilla, en realidad, todos habían entrado a trabajar allí enchufados… así que si les despiden: pues de la misma manera que los cogieron…!
       El poder con el puesto de trabajo también compra voluntades.
       Aunque tengo todos los datos, no creo sea necesario explicar en estas páginas que el Gobierno Foral había subvencionado la actividad de esta empresa, que había auspiciado, con un montante tal que: durante toda la vida podían haber pagado los sueldos de todas las personas que contrataron y si no hubieran despilfarrado recursos yendo a trabajar: todavía hubiera sobrado dinero.
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Hoy he visto pasar por delante de mis neuronas una de esas historias que casi ha conseguido volverlas locas por entenderla:
      Algunos miembros del comité de empresa, de la empresa más grande de la provincia, la que construye automóviles, se ha dirigido ofreciendo un espacio de colaboración  a una de las empresas en la que trabajo haciendo labores de gestión externa, una cadena local de distribución que vende producto de importante consumo.
       La idea del comité es que aprovechando que son más de cuatro mil trabajadores los que representa, le diseñemos alguna manera con la que poder hacer una acción comercial para que sus trabajadores salgan favorecidos en sus compras en nuestra cadena y que nosotros nos podamos hacer con ese potencial comercial tan tremendo.
      Vamos a pararnos a pensar en otras cosas:
      ·    Son los trabajadores mejor pagados de la provincia.
      ·    Cada cierto tiempo, santas razones, hay que ingresar dinero público a la empresa para que no pare su cadena de producción.
      ·   Las malas lenguas dicen que para entrar a trabajar a aquel cortijo en el que confluyen todos los intereses de la clase rancia, hay que estar sindicado en uno de los dos sindicatos mayoritarios.
       Así es como no se puede imponer la preponderancia de quien tiene trabajo y capacidad de consumir sobre quien no la tiene.
       A ver cómo les explico yo a estos sinvergüenzas lo que pretenden:
       Por ejemplo:
       Si esta cadena le hiciera un cinco por ciento de sus compras a quienes ellos representan en el comité de empresa y como consecuencia este descuento le supone al comercio la merma de margen bruto de un uno por ciento la empresa para reajustar sus cuentas: ¿de dónde piensan que recompondría esa merma de margen?
      - Subiendo el precio de los otros clientes.
      - También a los que tienen un peor trabajo que ellos.
      - A quienes tienen subsidios de supervivencia escasos.
      - Y a quienes no tienen trabajo.   
      La cosa es así y todo lo demás son pajas mentales y querer ser más que nadie aprovechando la fuerza del aire que tienen en sus vientres.
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Cuento otra historia que también es muy representativa:
       Aquella mujer asistía dos veces por semana en manifestación de protesta a las puertas del consistorio de su ciudad. Se recordaba a sí misma en sus tiempos de joven alegre combativa y casi subversiva. Los mismos  días en los que se manifestaban por la tarde, por la mañana hacían huelga en la fábrica. Los líderes sindicales de la empresa un día sí y otro también les informaban de cómo sucedían las conversaciones con el Alcalde, la Diputación  provincial, el Gobierno autonómico, y con las diferentes delegaciones del estado que atiende al caso tan señalado. En las asambleas los trabajadores especulaban sobre la situación económica de la empresa y sobre todas las presuntas irregularidades que habían cometido en los últimos años. Los trabajadores de otras empresas, cuando veas las barbas de tu vecino pelar: pon las tuyas a remojar, se solidarizaban con ellos y les apoyaban en sus justas reivindicaciones y participaban en sus  adecuadas protestas al caso de los despidos. El resto de los días de la semana y durante todas las horas, aunque no de buena gana, todos trabajaban llenando los almacenes de sartenes hasta rebosar.
       ¡Es que ha presentado la empresa un  E.R.E., y además... también han presentado concurso de acreedores! decía la mujer entre histérica y rabiosa queriendo contar toda su desgracia en tres palabras.
       ¡Y nosotros no queremos más que nos den la jubilación anticipada a los que llevamos más años trabajado... y sin embargo ellos quieren despedir a los que menos tiempo llevan...!
        La escuché muchos días muchas horas y le hice estas preguntas.
      - ¿Tú quién crees que te va a pagar la jubilación...? ¿el Alcalde? ¿la Diputación…? ¿el Presidente de la Diputación? ¿el Ministro de trabajo? ¿la Empresa?.... ¡La jubilación te la va a pagar tu hijo!
       La buena señora no podía llegar a entender esta conclusión.
       - ¡Sí, sí, tu hijo... y por eso tenéis a vuestros hijos con salarios con los que no pueden subsistir, porque ya están pagando a muchos que hicieron antes lo mismo que estáis haciendo vosotros ahora: licenciaros con lo que decís que son vuestros derechos, y nada os importan los más jóvenes, los que hace tiempo que por el mismo trabajo cobran mucho menos que lo que cobráis vosotros.
      Mis palabras desbordaron las casillas de la mujer.
     - ¡Claro como tú eres de los que les defiendes… que ya veo yo que no has trabajado en tu vida…!
      Toda enfadada por no darle la razón.
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Un día en alguna mesa defendiendo mi teoría del reparto del trabajo, alguien, con buenas miras, seguramente que para quitármela de la cabeza, me contó cómo en una empresa del servicio municipal de limpieza y jardinería que trabaja con concesión del ayuntamiento, como habían bajado la partida destinada en los presupuestos para este servicio, la Empresa se veía en la necesidad de despedir a un par de trabajadores. No hay dinero para más. Algún trabajador propuso no despedir a nadie y bajar las horas y los sueldos de toda la plantilla en la misma proporción que la bajada de la partida del ayuntamiento.
      De treinta y dos que había: votaron dos a favor.
      Si ya hay muchos parados y mandamos más parados a la calle en buena nos estamos metiendo.
      No es cosa de ingeniería social pero:
     Si ahora con los esfuerzos de quienes trabajan estamos subsistiendo y quienes están parados siguen subsistiendo y si vamos llevando más personas al paro estas nuevas personas van a seguir superviviendo. La realidad es que quien no trabaja también se alimenta de trabajo igual que los demás: igual tiene menos dinero, pero la sociedad le facilita una parte importante de sus necesidades, entonces: ¿no sería mejor no hacer dos veces el esfuerzo sino cada uno hacer la mitad?
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       A veces soy defensor de quien trabaja.
       Otras veces no: cuando la ambición frente al trabajo se asienta de manera retorcida en el egoísmo individual no honro a quien trabaja.
       La ambición legítima de quien trabaja se debería hacer valer en la defensa del trabajo y de su valor, en la claridad para demostrar que sin el trabajo nada es posible y que de los recursos que se disponen han de ser repartidos a cuenta del trabajo de todos porque si todos trabajáramos un poco no nos habría de faltar nada.
       Ese egoísmo radical de obrar convencido de que: en el reparto que se hace de las riquezas que genera el trabajo, lo que se produce, aunque, favor que deben, haya de ser compartido con los demás factores que intervienen en la actividad económica nada tendrían que hacer estos factores sin la participación del trabajo.
       Ni la tierra ni la propiedad,
       Ni el capital ni los empresarios.
       Ni los gestores ni administradores ni siquiera el Estado.
       Ese reparto que rápidamente se realiza en todas las crisis de los sistemas que de primeras las han de soportar el mundo del trabajo: de los que trabajan y de los que trabajaron.
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 Creo que la ambición de quien trabaja ha de ser la de participar en lo que trabaja y de aquello que produce el trabajo que produce y en rechazar que haya quien siendo igual a él, le tenga que organizar y administrar su trabajo.
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