Sin embargo hay otros trabajos en la sociedad que no
son dignos.
Las autoridades tratan de perseguirlos y ocultarlos.
La filosofía y sabiduría social los desprecia.
En estas páginas los quiero dignificar.
Me llamo Pepe soy un mendigo y trabajo en esta calle.
¿Es la mendicidad un trabajo?
Los poderes públicos prohíben la mendicidad y en todo
caso la toleran en estos tiempos en los que hay quien ha de vivir pidiendo en
la calle o de puerta en puerta,
No obstante una parte importante de la población la
rechaza y la mejor manera de rechazarla es no dando un euro a quien se lo pide.
Algunas personas, para aliviar sus conciencias transmiten la leyenda de cómo
son las mafias que se crean en torno a los limosneros que tienen tanto poder o
más que las mafias de las mafias de verdad y cuentan cuántos mendigos han
muerto siendo millonarios.
Si los mendigos murieran siendo millonarios, no cabe
ninguna duda de que el sistema no necesitaría de ningún cambio.
Es la mendicidad un trabajo que ha de perseguir la
autoridad porque no genera empleo ni paga impuestos y degrada el nivel de
justicia social que parece corresponder con el sistema existente.
¿La prostitución es un trabajo?
También las autoridades ven con malos ojos la
prostitución y ni siquiera para recaudar impuestos le da visos de legalidad y
aunque son muchas más las personas que utilizan los servicios de la
prostitución que quienes confiesan que la utilizan, la realidad es que esta
actividad está muy mal vista por la población tanto por las mentes bien
pensantes como las mal pensantes.
Qué diferencia hay entre la mendicidad y la
prostitución y el trabajo como lo entendemos habitualmente en el que entregamos
muchas horas de nuestra vida, nuestra fuerza física y nuestra capacidad
intelectual por el precio que alguien nos quiere pagar y en tiempos como los
que estamos viviendo, debiendo dar las gracias.
Es muy complicado determinar cuáles son los trabajos
dignos.
Vamos a ver algunos ejemplos:
Esta mañana he estado en una manifestación a propósito
de una huelga general que se ha convocado donde vivo.
Allí
estábamos mucha gente de todas clases y condiciones y seguramente con ideas muy
contradictorias entre las que nos movían a unas y a otras. Pero juntos andábamos
de manera pacífica por medio de la calle casi todo el rato hablando con el que
va a tu lado que a lo mejor hace mucho tiempo que no lo veías y que además
había sido en las mismas circunstancias. De repente más delante de donde yo iba, una avalancha de
gente salió corriendo despavorida después de que sonara los disparos de pelotas
de goma. De pronto delante de mí no había nadie y a unos cincuenta metros
quedaba dos contingentes de la policía. Unos: vestidos de negro y los otros:
uniformados de rojo.
Allí parado por la incapacidad de moverme a mí no se me
ocurría otra cosa que no tener miedo. Y gritaba ¡vamos, vamos que no hay que
tener miedo! Y me acercaba junto con otros hasta donde estaba la policía y
pensaba para mis adentros para hacer acopio de valor: cómo puede alguien tener
un trabajo en el que ha de: amedrentar, provocar, amenazar, pegar, disparar y en
casos extremos llegar a matar, a personas como yo que no hemos hecho nada de lo
que se nos pueda acusar… si acaso protestar.
Protestar por una sola de las cosas por las que
protestaría.
Es este un trabajo digno.
Aquí, donde estoy escribiendo estas páginas, recogido
entre las montañas de la Sierra del Cuera, en el Valle Oscuro, las pocas
personas que viven y que tienen capacidad para trabajar no tienen trabajo. Es
el resultado de las políticas que para ser más eficientes han implantado y
acabado con todas las economías rurales en las que se había vivido durante
siglos sin más dependencia y denuedo que la que procuraba la propia naturaleza
a la que se agarraban.
También eran trabajos dignos con los que ya no se
puede subsistir.
En medio de la crisis, quien puede, trabaja algunos
meses en el sector del turismo, el de la construcción hace tiempo que ha muerto
y no se ha acabado con el problema de trabajar porque quien vuelve a trabajar a
la ganadería difícilmente se gana la vida.
Hay quien se apunta al ejército para defender la
patria.
Luego lo mandan a Afganistán a trabajar por la paz.
¿Son éstos los nuevos trabajos dignos de ser mantenidos…?
.
Uno de los trabajos, que no profesión, que a mí más me
asombran es el de guardaespaldas, escoltas. Personas con las que me he cruzado
por las calles de mi pueblo haciéndole la corte al alcalde de turno corriendo
tras él y mirando a todas las partes a la vez.
No me cabe en la cabeza: cómo es posible que haya
personas que sean capaces de asegurar que van a entregar su vida por otro
porque es ese su trabajo.
Qué sabrá él, de lo qué pasará el día que se vea en
ese brete.
Qué concepto se puede tener del trabajo si ha de
jugarse la vida.
Es conveniente reflexionar cuántas personas y cuántos
empleos tienen el mismo cariz que el de los guardaespaldas, guardar: los
intereses, las propiedades, la fama y el buen nombre de otros tantos poderosos:
sistemas, instituciones o personas a cuenta de su propio nombre, de su propia
fama y de su mayor propiedad.
Todos sobran.
Quien nada ha hecho nada tiene que temer. Decía un
ministro.
Otro trabajo que me transmite mucha pena interior es
el de las personas contratadas para que vigilen los coches y no estén en los
aparcamientos de pago más tiempo que el que han pagado. Todo el día en la calle
tratando de poner buena cara a quién han denunciado. La verdad es que me enteré
hace unos días que les llaman gusanos porque hay uno en cada manzana. Estos
empleos tienen todos los componentes de lo que nunca debería ser un trabajo.
-
Servicio público
absolutamente innecesario.
- Gestionado por la
empresa privada.
- Mal pagado y
sancionador.
.
Los bancarios me vienen ahora mismo a la cabeza.
Nos tocan muy de cerca y nadie sabemos qué son en
realidad.
No hay más orgullo para los trajes de paño y las
corbatas.
Para las mujeres que han triunfado profesionalmente.
Trabajar tras las ventanillas de un banco es una de
las dichas más grandes que ha encontrado cualquier persona joven y brillante.
Los bancarios son de los escasos profesionales a los
que por medio de los ordenadores les han medido su productividad al céntimo.
Productividad que a ellos se la han pagado también al
céntimo.
Sueldos, primas, comisiones, objetivos, bonos.
Aquellas personas que hace unos años eran las de tu
confianza, las únicas que sabían cuánto dinero tenías y si te iba la cosa bien
o mal, en los últimos años han aprendido a robar, a robar a sus clientes a los
más débiles mucho más que a los pudientes.
.
Empresario,
creo que también es una profesión de la que se había de evaluar su necesidad
social como líderes de la actividad económica sobre la que se basa el sistema.
En la división del trabajo, cuando a alguien le corresponde ser empresario, con
mejor o peor fortuna, como si de un sacerdocio que imprime carácter se tratara,
se es empresario durante toda la vida. Si la empresa le lleva al empresario al
trabajo abnegado de muchas horas y de muchos días y al fracaso económico, las
consecuencias financieras le puede perseguir de por vida.
La
sociedad no perdona el fracaso de los demás.
Si la empresa le
lleva al trabajo límite estresante y absorbente y al éxito, las consecuencias
son más insignificantes pero garantizan convertirse en un perfecto sinvergüenza
ante los ojos de quienes la conocen y en un presunto delincuente.
La sociedad no
asimila el éxito que no sea el suyo.
Para seguir vivo con su empresa el empresario tira
para adelante. Trata de buscar nichos de mercado en aquellos lugares en los que
nunca nadie ha pensado antes, por lo tanto se ha inventado un servicio, un
trabajo que aunque no sirva para nada, el mercado lo ha dado por bueno y ya
trabaja para que ese cuento dure toda la vida.
No merece la pena: ni tanto mérito, ni tanta tragedia.
No merece la pena crear tanto trabajo ni tanto cuento.
El mismo empresario atenta contra su propia dignidad.
0