viernes, 24 de octubre de 2014

Los funcionarios

El trabajo en manos del Estado también se convierte en producto, en una mercancía a la que le llaman: plaza y que tiene gran acogida entre la población que quiere trabajar.
       Puesta esta mercancía en el mercado de trabajo, especifica todas las condiciones que ha de cumplir quien ocupe la plaza cuando la tome en posesión y los requisitos que han de ser semblanza de las miles de personar que están preparadas para opositar con esa idea maléfica de tener un puesto fijo y de por vida.
       Pasando por el tamiz de las oposiciones es como los funcionarios consiguen su plaza en lo que se ha dado en llamar: la función Pública.
       Los funcionarios son la gran contradicción del mundo del trabajo.
       Su necesidad se confunde muy a propósito según sea:
       ·      En beneficio y servicio directo a los ciudadanos
       En todos aquellos aspectos que hacen referencia a la educación, sanidad, asistencia social y mantenimiento de los bienes comunes y del espacio público.
       De estos funcionarios, la responsabilidad, la credibilidad y la entrega a su labor está muy cuestionada por los ciudadanos a los que se deben y sirven y que los observan cada día. Llevan años siendo los responsables de que estos servicios aunque se vayan llenando de personal ni crecen ni mejoran, y antes de procurar ninguna mejora, siguen teniendo los mismos criterios y defectos que originaron cuando se iniciaron.
       Los funcionarios hacen de cada espacio en el que trabajan, un fortín en el que defender su status al que no permiten acceder a nadie que no sea de su misma condición. El paso del tiempo les confiere más acomodo y más conformidad con su destino ineludible, ante el que no se revelan por la seguridad que les ofrece su trabajo.
       Ellos dicen que defienden lo público y que sobre todo les gusta su trabajo que tiene más de vocacional que de modus vivendi. Aseguran que le dedican muchas más horas que las que en realidad cobran y que si no van las cosas bien es por culpa de sus jefes y de los políticos.
       Estas verdades no se las creen ni ellos.
       ·      Las necesidades del propio Estado.
       Estos funcionarios suponen y dan cuerpo al mantenimiento de las oportunas estructuras burocráticas y de supervivencia del propio Estado: hacienda, seguridad, defensa, justicia.
       Son personas que viven en el mundo que su propia función les ha creado. La sociedad civil no los conoce y es difícil encontrarse con ellas por la calle. Son como aquellas vecindades a las que no vemos nunca bajar por las escaleras porque siempre las bajan si hacer ruido. La mayoría de las veces ejercen su profesión con un disfraz que les inviste de autoridad. Y si cuando están trabajando van con ropa de calle es porque lo están haciendo de incógnito y no quieren distinguirse.
       Los valedores del Estado tratan por todos los medios de demostrar que estas actividades enmarcadas dentro de la función pública son absolutamente necesarias para el bien común y el devenir de la sociedad. Aunque sea difícil de concretar a quién sirven, imbuidos en su trabajo, más que a la ciudadanía se deben a otros valores como: patria, justicia, legalidad, paz, libertad. Estos valores tal y como ellos los viven, no tienen ningún parecido a como se interpretan en la realidad.
      Siempre están dispuestos a entregar la vida si hiciera falta.
      Lo que dicen solamente se lo creen si están en camarilla.
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Desde otra perspectiva, parte importante del espectro del ideario político piensa que el Estado constantemente se ha de inventar trabajos nuevos independientemente de que socialmente sean necesarios y de que dignifiquen el mundo trabajador.
      ·      Poco a poco van conformando más estructuras burocráticas que sean capaces de ejercer un control de los poderes públicos para que nada se haga sin el procedimiento correspondiente.
      ·      Es una especie de juegos con los que distraernos, van ideando más servicios públicos sin demostrar que sean necesarios y sin ser conscientes de que van dejando abandonados aquellos que lo son.
      ·      Cada día se hacen más necesarias empresas organizaciones y fundaciones que aunque sean paralelas al Estado, hagan lo que sea pero que creen empleo para los suyos. Lo mismo vender lotería, que implementen asesoría empresarial, que distribuyan servicios financieros.
      No lo entiendo.
      Quienes miran el mundo con esas lentes con las que se quiere profundizar en la libertad, la justicia, la igualdad, el humanismo radical, se empeñan en que sea el Estado el que provea de empleo a más personas para que no le falte trabajo a nadie: aunque sea un trabajo que no solamente no sirva socialmente para nada, sino que además nos perjudique al resto de las personas, y no me refiero al daño económico que supone sostener un quehacer innecesario, sino porque nos hacen trabajar a los demás tanto como no queremos hacerlo.
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      El otro lado  ideológico que mantiene una concepción diferente de cómo ha de ser el sistema en cuanto a lo que se refiere a la composición de las estructuras humanas del Estado, pretende:
      ·      Que haya pocos funcionarios, los de carrera dicen, que a ser posible sean de los suyos, para tener la garantía de que serán buenos y que se preocupen de que su negociado sea implacable.
      ·      Que la función pública tenga el objetivo de mantener un  Estado, que sea fuerte y que haga valer aquellos grandilocuentes conceptos de dios, patria y rey y que no entre en zarandajas económicas.
      ·      Los demás servicios que lo hagan las iniciativas privadas, que también serán de los suyos y que independientemente de que lo hagan bien o mal tendrán un dinero que ganar.
      Por la forma de pensar que tiene este lado lo entiendo, no engañan a nadie y su objetivos es ponernos a trabajar a todos por menor precio, para que su máquina de acumular dinero no pare, ni deje rincón si explotar y que sus intereses estén protegidos a buen recaudo.
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      A pesar de los artificios que nos venden los unos y los otros y con independencia de que los propietarios de la plaza estén destinados al servicio público que atiende directamente las necesidades de las personas o sean piezas del servicio público amalgama las estructuras del propio Estado, la Administración selecciona a sus empleados por medio de las llamadas oposiciones. Se trate para lo que se trate, en estas pruebas de selección es fundamental el conocimiento y asunción de las esencias del Estado y de su pervivencia, así, la administración elije: funcionarios sumisos y obedientes, que hagan lo que quieran para defender su puesto de trabajo y que si quieren trabajen.
      Y después de todo lo expuesto he de dejar constancia de que uno de los pilares del sistema son los funcionarios. Los miembros de la función pública son la estructura humana permanente del Estado, la que toma las grandes decisiones y las pequeñas, y complementados por miles de aspirantes con contratos eventuales, le dan continuidad y consistencia.
      Es una máquina pesada que se pone a funcionar cada día.
      Pero son todavía más en la organización del Estado.
      Antes he expuesto que los políticos para las cuestiones de la economía han trasladado el poder a los poderes que viven más arriba para ellos quedar sin ninguna responsabilidad ante cualquiera de sus obligaciones. Ahora, digo: para todas las demás cuestiones: políticas internas y sociales han cedido el poder absoluto a los técnicos de la administración, a los técnicos de cada área, a los funcionarios.
      Esta es una realidad que se desconoce.
      Ellos son los que en realidad mandan.
      Nada se puede hacer si ellos no quieren.
      Se podría hacer un recorrido por las miles de cuestiones que se han solventado en todos los departamentos y áreas en las que se divide la administración pública en todos estamentos, y se podría comprobar cómo con independencia de que haya algún político que quiera meter la pata tratando de desarrollar sus proyectos, son los funcionarios quienes dirigen el día a día y quienes planifican cómo van a ser las cosas en el futuro y cuáles son las líneas que no se pueden pasar.
       Por eso los funcionarios están rodeados de un gran distingo: el sistema los mantiene a perpetuidad porque en ellos está la misma supervivencia del sistema.
       Cada unidad de la función pública controla esa pequeña parte que ha de controlar, o la desarrolla, o la ocupa, y durante toda su vida laboral la controlará, la desarrollará, o la ocupará porque en ello va su puesto de trabajo. A quien ostenta el poder, saber que todas estas pequeñas cosas están controladas, desarrolladas u ocupadas por sus siervos, le permite hacer lo que quiera con las cosas importantes.
       En todos aquellos trabajos que en ocasiones se permite y casi siempre se exige hacer cualquier cosa, por muy grave que sea, quienes los ejercen cuando los hacen, sabiendo que no hacen bien, se justifican diciendo que le han mandado hacer.
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