Contra el pecado de pereza la virtud de diligencia.
Es difícil en estos tiempos de crisis que desde los
medios de comunicación y adoctrinamiento no haya alguien que recuerde aquello
de la cigarra perezosa y de la hormiga laboriosa.
Esta es la base filosófica sobre la que se soporta el
sistema.
Nadie cae en la cuenta de que en realidad, en esta
fábula atribuida a Esopo, como en la vida misma, son las hormigas quienes cargan con todos los trabajos
y muchos de ellos son más grandes que ellas mismas, y de las pobres hormigas,
una pisada de cualquier otro animal acaba con sus vidas sin haber probado las
semillas de la recreación alegre de las que se alimenta la cigarra mientras
permanece con vida.
Cuando era un joven intrépido compré un libro en la
librería General de Zaragoza que se titulaba: El derecho a la pereza de Paul Lafargue. Una obra que estaba
escrita a finales del siglo XIX. Hace un rato he visto el libro en la
estantería mirándome con desconfianza como si pudiera pensar que lo estuviera
plagiando en estas páginas. No le he hecho caso para que no influya en esta
sarta de ideas que hasta el momento he construido aunque le he advertido que
muy pocas cosas han cambiado en este siglo que tiene de vida.
Recuerdo que en esta obra revolucionaria se hablaba
del consumo inalcanzable que se ofrecía el sistema como la zanahoria en el palo,
que era una de las estrategias del capitalismo para espolear a la clase
trabajadora en su condición de consumidora y productora, y en ese ir y venir
salir ganando los gestores del sistema. Sobresaltaba la capacidad de producción
de la reciente revolución industrial que desde su propio crecimiento incluso era
capaz de amortizar muchos puestos de trabajo y defendía para bien del género
humano la posibilidad de que las personas hubieran de trabajar solamente tres
horas. Explicaba Paul Lafargue en la obra que para que las personas fueran
esencialmente productoras, es decir trabajadores, se habían inventado a lo
largo de la historia cientos de trabajos inútiles, creando necesidades
ficticias y mercados absurdos con los que inventar nuevos trabajos ficticios
con los que tener trabajando a la parte más indefensa de la sociedad.
También hablaba aquel hombre hace más de cien años, y suena
como su fuera ayer, de la utilización del ocio para crear espacios y aficiones
con lo que conformar la vida humana y en ellos encontrar la felicidad que se
nos aparece inalcanzable a la humanidad entre los surcos de la vida. También me
impresionó el derecho a la pereza rebosante de diligencia que se plasmaba en la
obra, contrapuesto a la idea de perseguir el consumo como fuente de
satisfacción humana.
Igual que escandaliza ahora, esta idea perturbó en
aquellos tiempos revolucionarios a las inteligencias bien pensantes porque se
le escapaba entre las neuronas sin llegar a entender nada. Todo su contenido
estaba dirigido contra la línea de flotación del ideario burgués desde cuyo
manual social estaban convencidos de que quien no sirve más que para trabajar
no sabría cómo emplear tanto tiempo libre trabajando solamente tres horas al
día. No podía imaginar aquellas inteligencias que los proletarios en lugar de sudor
y cansancio, de apatía y aburrimiento y de esos miedos a los jornales bajos, el
paro y la carestía de la vida, que recorría sus vidas de parte a parte y que
los castraba y domaba, iban a preocuparse de ellos mismos y a sus vidas… y a
procurar ser felices.
La obra me impresionó en aquellos años sin entender su
vigencia.
Y ahora compruebo que incluso es vigente cuarenta años
después.
Y queda en el fondo que yo no he inventado ni
descubierto nada.
.
Esta obra que ya estoy acabando puede ser una
representación de aquella para estos tiempos en los que el derecho a la pereza,
ese derecho a no hacer nada o a hacer cada cual lo que le de la gana, se ha
convertido en un derecho ejercido desde la quiebra de la propia voluntad, la impotencia
y la desesperación, de una parte importante de la población desorientada que
vive dominada por su complejo de pereza, que ve el día a día y su futuro sin
ninguna luz en el horizonte y que viaja personalmente a la deriva porque nada
de lo que emprende tiene éxito.
Unos tiempos que han sobrevenido después de que las
generaciones anteriores hubieran conocido y quizás protagonizado revoluciones en
beneficio de los trabajadores. Estrategias políticas empeñadas en la
construcción de un socialismo real donde otros amos siguieron explotando a
quienes tenían la fuerza de trabajo y de igual manera que los anteriores
haciéndoles trabajar sin sentido. Estos movimientos políticos también basados
en ganarse el pan con el sudor de su frente y el derecho a sudar acabaron
convirtiendo al trabajo en la pala que abrió su tumba por no querer reconocer a
la humanidad el derecho a la pereza y desde esa pereza cada cual encontrarse
consigo. No llegaron las alternativas que quisieron romper la historia y más hacer
habitable y sociable el mundo en el que vivían, romper con la maldición divina
del libro de los judíos y volvieron la historia del pecado y del castigo. No respetaron
el derecho de la población a que en contribuyendo a la subsistencia general
pudiera hacer lo que le viniera en gana siempre y cuando no faltara qué comer a
nadie.
En el devenir de más de estos más de cien años se han
sucedido tiempos de paz y de guerras y de dictaduras más o menos reconocibles.
Gobernados por los perdedores pusilánimes de las guerras o por quienes dejaron
morir la dictadura en la cama, en este tiempo se ha tratado de quemar las
herencias políticas y sociales recibidas y toda la estrategia social se fue
soportando en el trabajo. Habiendo trabajo todo funcionaba en medio de una
cierta bonanza en la que pudieron controlar los ajustes hasta mantener un
sistema social coherente con algunos resultados sociales. Pero en este acaecer toda
la actividad humana se ha transformado en trabajo remunerado y esa misma
condición pervierte el sistema, porque el sistema se derrumba con la falta de
trabajo: con el paro y la miseria que se expande entre las clases sociales más
bajas al margen del derecho a la pereza.
Sin duda el mundo capitalista y propietario de los
medios de producción se ha reconvertido y ha cambiado y ha implementado sin
darnos cuenta un nuevo sistema en el que no está protegido nada más que el
dinero y solamente a quien tiene dinero parece le beneficia con el derecho a la
pereza en el más amplio de su sentido, porque son las única personas que además
curiosamente utilizan su derecho a la pereza, su no obligación de trabajar para
atender las obligaciones de mantenimiento de la subsistencia del común: en
engordar sus bolsas de dinero.
.
Aunque sin duda no se puede dar a corto plazo procurar
un cambio del sistema en su conjunto, desde ese derecho a trabajar en lo que
queramos, unas de las primeras necesidades que hemos de atender es necesario colocarnos
en disposición de rechaza el consumo por el consumo y luego la de tratar de
reconvertir la pereza de la población en diligencia personal. Hemos de aprender
a construirnos individualmente para cambiar el sistema colectivamente. En la
medida en la que el trabajo exigido sin producir el agotamiento que en
definitiva anula el derecho a la pereza, bastará para hacer del tiempo libre y
del tiempo de ocio algo deseable de vivir y de compartir.
Nos quedan muy pocas oportunidades de hacer nada. En
la red del sistema se han cerrado todos los espacios y todos los caminos para
ejercer el derecho a la pereza. Está dispuesto que hemos de trabajar hasta el
límite soportable y en el momento de disfrutar del tiempo libre y organizar
nuestra pereza no lo podemos ejercer sino con diversiones pasivas en las que
estamos como decorados o espectadores.
La única clase que tiene derecho a la pereza, es decir:
esa parte de la sociedad que por sus circunstancias económicas no tiene la
obligación de trabajar para vivir, puesto que su cuota parte del trabajo se la
hacen otra parte, aquella clase social que vive de sus rentas o de las
plusvalías del trabajo de quienes culturalmente se conforman con que sus hijos
vayan a la escuela y en todo caso si se forman en algo que se formen para
trabajar, su educación y su impregnación cultural estaba enfocada a vivir en el
ocio y a preocuparse de actividades que socialmente no sirve de nada, salvo
para dar brillo a una sociedad hipócrita. Esta holganza es admirada y justificada
sin importar que parasiten la sociedad.
Sin embargo quiero también defender que: quien quiera
trabajar que trabaje. Cuando alguien que ya dispone de lo suficiente para vivir
o que más que trabajar para vivir y vive para trabajar y ocupa otros trabajos
en cualquier actividad con la que parece que no dar valor a su trabajo y que lo
regala o que lo cobra a un precio conveniente, si se critica esta conducta por
ser socialmente perjudicial porque lleva a quitar un puesto de trabajo para
otras personas que viven de hacer ese trabajo yo no estoy de acuerdo porque si
así fuera bastaría con que no trabajáramos nadie para que no nos faltara un
trabajo a nadie y esta contradicción tan fragante no haría sino confirmar todo
lo que se propone en esta obra.
Sobre todo, si se puede llegar a conseguir trabajar lo
necesario para vivir, en el futuro habrá felicidad y alegría de vivir. Aquellas
personas que optaran por estar con los demás sin hacer nada más que estar
también tendrían un poco más rato para labrar y sembrar relaciones en la
sociedad intercambiando vida y también les asistirá el derecho a vivir.
Vivir con dignidad y envuelto en la pereza resulta muy
barato.
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