martes, 7 de abril de 2015

El derecho a la pereza


Contra el pecado de pereza la virtud de diligencia.
Es difícil en estos tiempos de crisis que desde los medios de comunicación y adoctrinamiento no haya alguien que recuerde aquello de la cigarra perezosa y de la hormiga laboriosa.
Esta es la base filosófica sobre la que se soporta el sistema.
Nadie cae en la cuenta de que en realidad, en esta fábula atribuida a Esopo, como en la vida misma, son las  hormigas quienes cargan con todos los trabajos y muchos de ellos son más grandes que ellas mismas, y de las pobres hormigas, una pisada de cualquier otro animal acaba con sus vidas sin haber probado las semillas de la recreación alegre de las que se alimenta la cigarra mientras permanece con vida.
 
 
Cuando era un joven intrépido compré un libro en la librería General de Zaragoza que se titulaba: El derecho a la pereza de Paul Lafargue. Una obra que estaba escrita a finales del siglo XIX. Hace un rato he visto el libro en la estantería mirándome con desconfianza como si pudiera pensar que lo estuviera plagiando en estas páginas. No le he hecho caso para que no influya en esta sarta de ideas que hasta el momento he construido aunque le he advertido que muy pocas cosas han cambiado en este siglo que tiene de vida.
Recuerdo que en esta obra revolucionaria se hablaba del consumo inalcanzable que se ofrecía el sistema como la zanahoria en el palo, que era una de las estrategias del capitalismo para espolear a la clase trabajadora en su condición de consumidora y productora, y en ese ir y venir salir ganando los gestores del sistema. Sobresaltaba la capacidad de producción de la reciente revolución industrial que desde su propio crecimiento incluso era capaz de amortizar muchos puestos de trabajo y defendía para bien del género humano la posibilidad de que las personas hubieran de trabajar solamente tres horas. Explicaba Paul Lafargue en la obra que para que las personas fueran esencialmente productoras, es decir trabajadores, se habían inventado a lo largo de la historia cientos de trabajos inútiles, creando necesidades ficticias y mercados absurdos con los que inventar nuevos trabajos ficticios con los que tener trabajando a la parte más indefensa de la sociedad.
También hablaba aquel hombre hace más de cien años, y suena como su fuera ayer, de la utilización del ocio para crear espacios y aficiones con lo que conformar la vida humana y en ellos encontrar la felicidad que se nos aparece inalcanzable a la humanidad entre los surcos de la vida. También me impresionó el derecho a la pereza rebosante de diligencia que se plasmaba en la obra, contrapuesto a la idea de perseguir el consumo como fuente de satisfacción humana.
Igual que escandaliza ahora, esta idea perturbó en aquellos tiempos revolucionarios a las inteligencias bien pensantes porque se le escapaba entre las neuronas sin llegar a entender nada. Todo su contenido estaba dirigido contra la línea de flotación del ideario burgués desde cuyo manual social estaban convencidos de que quien no sirve más que para trabajar no sabría cómo emplear tanto tiempo libre trabajando solamente tres horas al día. No podía imaginar aquellas inteligencias que los proletarios en lugar de sudor y cansancio, de apatía y aburrimiento y de esos miedos a los jornales bajos, el paro y la carestía de la vida, que recorría sus vidas de parte a parte y que los castraba y domaba, iban a preocuparse de ellos mismos y a sus vidas… y a procurar ser felices.
La obra me impresionó en aquellos años sin entender su vigencia.
Y ahora compruebo que incluso es vigente cuarenta años después.
Y queda en el fondo que yo no he inventado ni descubierto nada.
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Esta obra que ya estoy acabando puede ser una representación de aquella para estos tiempos en los que el derecho a la pereza, ese derecho a no hacer nada o a hacer cada cual lo que le de la gana, se ha convertido en un derecho ejercido desde la quiebra de la propia voluntad, la impotencia y la desesperación, de una parte importante de la población desorientada que vive dominada por su complejo de pereza, que ve el día a día y su futuro sin ninguna luz en el horizonte y que viaja personalmente a la deriva porque nada de lo que emprende tiene éxito.
Unos tiempos que han sobrevenido después de que las generaciones anteriores hubieran conocido y quizás protagonizado revoluciones en beneficio de los trabajadores. Estrategias políticas empeñadas en la construcción de un socialismo real donde otros amos siguieron explotando a quienes tenían la fuerza de trabajo y de igual manera que los anteriores haciéndoles trabajar sin sentido. Estos movimientos políticos también basados en ganarse el pan con el sudor de su frente y el derecho a sudar acabaron convirtiendo al trabajo en la pala que abrió su tumba por no querer reconocer a la humanidad el derecho a la pereza y desde esa pereza cada cual encontrarse consigo. No llegaron las alternativas que quisieron romper la historia y más hacer habitable y sociable el mundo en el que vivían, romper con la maldición divina del libro de los judíos y volvieron la historia del pecado y del castigo. No respetaron el derecho de la población a que en contribuyendo a la subsistencia general pudiera hacer lo que le viniera en gana siempre y cuando no faltara qué comer a nadie.
En el devenir de más de estos más de cien años se han sucedido tiempos de paz y de guerras y de dictaduras más o menos reconocibles. Gobernados por los perdedores pusilánimes de las guerras o por quienes dejaron morir la dictadura en la cama, en este tiempo se ha tratado de quemar las herencias políticas y sociales recibidas y toda la estrategia social se fue soportando en el trabajo. Habiendo trabajo todo funcionaba en medio de una cierta bonanza en la que pudieron controlar los ajustes hasta mantener un sistema social coherente con algunos resultados sociales. Pero en este acaecer toda la actividad humana se ha transformado en trabajo remunerado y esa misma condición pervierte el sistema, porque el sistema se derrumba con la falta de trabajo: con el paro y la miseria que se expande entre las clases sociales más bajas al margen del derecho a la pereza.
Sin duda el mundo capitalista y propietario de los medios de producción se ha reconvertido y ha cambiado y ha implementado sin darnos cuenta un nuevo sistema en el que no está protegido nada más que el dinero y solamente a quien tiene dinero parece le beneficia con el derecho a la pereza en el más amplio de su sentido, porque son las única personas que además curiosamente utilizan su derecho a la pereza, su no obligación de trabajar para atender las obligaciones de mantenimiento de la subsistencia del común: en engordar sus bolsas de dinero.
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Aunque sin duda no se puede dar a corto plazo procurar un cambio del sistema en su conjunto, desde ese derecho a trabajar en lo que queramos, unas de las primeras necesidades que hemos de atender es necesario colocarnos en disposición de rechaza el consumo por el consumo y luego la de tratar de reconvertir la pereza de la población en diligencia personal. Hemos de aprender a construirnos individualmente para cambiar el sistema colectivamente. En la medida en la que el trabajo exigido sin producir el agotamiento que en definitiva anula el derecho a la pereza, bastará para hacer del tiempo libre y del tiempo de ocio algo deseable de vivir y de compartir.
Nos quedan muy pocas oportunidades de hacer nada. En la red del sistema se han cerrado todos los espacios y todos los caminos para ejercer el derecho a la pereza. Está dispuesto que hemos de trabajar hasta el límite soportable y en el momento de disfrutar del tiempo libre y organizar nuestra pereza no lo podemos ejercer sino con diversiones pasivas en las que estamos como decorados o espectadores.
La única clase que tiene derecho a la pereza, es decir: esa parte de la sociedad que por sus circunstancias económicas no tiene la obligación de trabajar para vivir, puesto que su cuota parte del trabajo se la hacen otra parte, aquella clase social que vive de sus rentas o de las plusvalías del trabajo de quienes culturalmente se conforman con que sus hijos vayan a la escuela y en todo caso si se forman en algo que se formen para trabajar, su educación y su impregnación cultural estaba enfocada a vivir en el ocio y a preocuparse de actividades que socialmente no sirve de nada, salvo para dar brillo a una sociedad hipócrita. Esta holganza es admirada y justificada sin importar que parasiten la sociedad.
Sin embargo quiero también defender que: quien quiera trabajar que trabaje. Cuando alguien que ya dispone de lo suficiente para vivir o que más que trabajar para vivir y vive para trabajar y ocupa otros trabajos en cualquier actividad con la que parece que no dar valor a su trabajo y que lo regala o que lo cobra a un precio conveniente, si se critica esta conducta por ser socialmente perjudicial porque lleva a quitar un puesto de trabajo para otras personas que viven de hacer ese trabajo yo no estoy de acuerdo porque si así fuera bastaría con que no trabajáramos nadie para que no nos faltara un trabajo a nadie y esta contradicción tan fragante no haría sino confirmar todo lo que se propone en esta obra. 
Sobre todo, si se puede llegar a conseguir trabajar lo necesario para vivir, en el futuro habrá felicidad y alegría de vivir. Aquellas personas que optaran por estar con los demás sin hacer nada más que estar también tendrían un poco más rato para labrar y sembrar relaciones en la sociedad intercambiando vida y también les asistirá el derecho a vivir.
Vivir con dignidad y envuelto en la pereza resulta muy barato.

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