Como casi
toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán que dice que: la
ociosidad es la madre de todos los vicios. Fui un niño profundamente virtuoso
creí todo cuanto me dijeron, y adquirí una conciencia que me ha hecho trabajar con
ardor hasta el momento.
Pero, aunque
mi conciencia haya dirigido mis actos, mis opiniones han vivido una revolución:
creo que se ha trabajado demasiado en el mundo, que la creencia de que el
trabajo es una virtud ha causado enormes daños y que lo que hay que predicar en
los países industriales modernos es algo distinto de lo que siempre se ha
predicado.
.
Antes de
presentar mis propios argumentos a favor de la pereza tengo que refutar algunos
de los que no puedo aceptar:
-
Cada vez que alguien que ya dispone de lo suficiente
para vivir se propone ocuparse en alguna clase de trabajo diario, se le dice, a
él o a ella, que tal conducta lleva a quitar el pan de la boca a otras personas
y que por tanto esta actitud es perversa. Si este argumento fuese válido
bastaría con que todos nos mantuviéramos inactivos para tener la boca llena de
pan. Lo que olvida la gente que dice tales cosas es que un hombre suele gastar
lo que gana, y al gastar genera empleo. Al gastar sus ingresos un hombre pone
tanto pan en las bocas de los demás como les quita al ganar.
-
El verdadero malvado desde este punto es el hombre que
ahorra. Si se limita a meter sus ahorros en un calcetín, no genera empleo.
Si invierte
sus ahorros, se plantean diferentes casos:
Una de las
cosas que con más frecuencia se hace con los ahorros es prestarlos a algún
gobierno. En vista del hecho de que el grueso del gasto público de la mayor parte
de los gobiernos civilizados consiste en el pago de deudas pasadas o en la
preparación de guerras futuras el hombre que presta su dinero a un gobierno se
haya en la misma situación que el malvado que alquila asesinos. Resulta
evidente que sería mejor que en lugar de ahorrar se gastara el dinero aun
cuando lo gastara en bebida o en juego.
Pero el caso
es absolutamente distinto cuando los ahorros se invierten en empresas
industriales. Cuando tales empresas tienen éxito y producen algo útil, se puede
admitir. En nuestros días, sin embargo, nadie negará que la mayoría de las
empresas fracasan. Esto significa que una gran cantidad de trabajo humano, que
hubiera podido dedicarse a producir algo susceptible de ser disfrutado, se
consumió en la fabricación de máquinas, que una vez construidas, permanecen
paradas y no beneficiando a nadie. El hombre que invierte sus ahorros en un
negocio que quiebra, perjudica a los demás tanto como así mismo. Si se gasta su
dinero en dar fiestas a sus amigos, estos se divertirán, al tiempo que se
benefician todos aquellos con quien gastó su dinero. Y si se lo gasta en tender
rieles para tranvías en un lugar donde los tranvías resultan innecesarios,
habrá desviado un gran volumen de trabajo que no dará placer a nadie.
Quien se empobrezca
por el fracaso de su inversión, se le considerará víctima de una desgracia
inmerecida, tanto que al alegre derrochador, que gastó su dinero
filantrópicamente, se le despreciará como persona alocada y frívola.
.
Quiero decir,
con toda seriedad, que la fe en las virtudes del trabajo está haciendo mucho
daño en el mundo moderno y que el camino hacia la felicidad y la prosperidad
pasa por su reducción organizada.
¿Qué es el
trabajo?
Hay tres
clases de trabajo:
- Con el
primero se modifica la superficie de la tierra y las materias.
Esta clase de
trabajo es desagradable y está mal pagado.
- El segundo
consiste en mandar a otros que hagan el anterior.
Este trabajo
es agradable y bien pagado y susceptible de extenderse indefinidamente porque
no sólo están los que dan órdenes, sino también están los que dan consejos a
cerca de que órdenes deben darse.
Para esta
clase de trabajo no se requiere el conocimiento de los temas a cerca de los
cuales ha de darse consejo, sino el conocimiento del arte de hablar o de
escribir,
Es decir, el
arte de la propaganda.
- Y también
hay una clase de trabajo, que no es trabajo y que sin embargo es más respetado
que cualquiera de los trabajos.
Hay hombres
que, merced a la propiedad de la tierra, están en condiciones de hacer que
otros les paguen por el privilegio de que les consientan existir y trabajar.
Estos terratenientes son gente ociosa y su ociosidad solo resulta posible
gracias a la laboriosidad de otros.
En efecto, su
deseo de cómoda ociosidad es la fuente histórica de todo el evangelio de
trabajo.
Lo último que
podrían desear es que otros siguieran su ejemplo.
.
Desde el
comienzo de la civilización hasta la revolución industrial, un hombre podía,
producir, trabajando duramente, poco más de lo imprescindible para su propia
subsistencia y la de su familia, aun cuando su mujer trabajara al menos tan
duramente como el, y sus hijos agregaran su trabajo tan pronto como tenían la
edad necesaria para ello. El pequeño excedente sobre lo estrictamente necesario
no se dejaba en manos de lo que producían, sino que se lo apropiaban los
guerreros y los sacerdotes. En tiempos de hambruna no había excedente pero los
guerreros y los sacerdotes, sin embargo seguían reservándose tanto como en
otros tiempos, con el resultado de que muchos de los trabajadores morían de
hambre.
- Este
sistema perduró hasta la URSS
de 1917 cuando entonces los miembros del Partido Comunista han heredado este
privilegio de los guerreros y los sacerdotes pero todavía perdura en oriente.
- En
Inglaterra a pesar de la Revolución Industrial esta situación se mantuvo
en plenitud durante las guerras napoleónicas y hasta hace cien años, cuando la
nueva clase de los industriales ganó el poder.
- En
Norteamérica, el sistema terminó con la revolución, excepto en el sur, donde
sobrevivió hasta la
Guerra Civil.
Un sistema
que duró tanto y que terminó tan recientemente ha dejado, como es natural, una
huella profunda en las opiniones y en los pensamientos de los hombres. Buena
parte de lo que damos por sentado acerca de la conveniencia del trabajo procede
de este sistema, y, al ser preindustrial, no está adaptado al mundo moderno.
La técnica
moderna ha hecho posible que el ocio, dentro de ciertos límites, no sea la
prerrogativa de clases privilegiadas poco numerosas, sino un derecho
equitativamente repartido en toda la comunidad.
La moral del
trabajo es la moral de los esclavos.
El mundo
moderno no tiene necesidad de esclavitud.
Es evidente
que en las comunidades primitivas los campesinos, de haber podido decidir, no
hubieran entregado el escaso excedente con el que subsistían a los guerreros y
a los sacerdotes, era la fuerza lo que les obligaba a producir y a entregar el
excedente.
Si no:
hubieran producido menos y consumido más.
Gradualmente, resultó posible inducir a muchos
de ellos a aceptar una ética según la cual era su deber trabajar intensamente
aunque parte de su trabajo fuera a sostener a otros que permanecían ociosos.
Por este medio, la compulsión requerida se fue reduciendo y los gastos del
gobierno disminuyeron.
El concepto
de deber, en términos históricos, ha sido un medio utilizado por los poseedores
del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que
para su propio interés y se las arreglan para creer que sus intereses son idénticos
a los más grandes intereses de la humanidad.
.
El tiempo
libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, solo el trabajo
de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. El trabajo era valioso,
no porque el trabajo en si fuera bueno sino porque el ocio era bueno.
El ocio de
los otros.
Con la
técnica moderna sería posible distribuir el ocio sin pérdida para la
civilización porque ha hecho posible reducir enormemente la cantidad de trabajo
requerida para asegurar la vida de todos.
Esto se hizo
evidente durante la guerra.
En aquel
tiempo todos los hombres de las fuerzas armadas, todos los hombres y las
mujeres ocupadas en la fabricación de municiones, todos los hombres y todas las
mujeres ocupadas en espiar, en hacer propaganda bélica o en las oficinas del
gobierno relacionadas con la guerra, fueron apartados de las ocupaciones
productivas. A pesar de ello, el nivel general del bienestar físico entre los
asalariados no especializados de las naciones aliadas fue más alto que antes y
después. La significación de este hecho fue encubierta por las finanzas: los
préstamos hacían aparecer las cosas como si el futuro estuviera alimentando al
presente. Pero esto, desde luego, hubiese sido imposible: un hombre no puede
comerse una rebanada de pan que todavía no existe. La guerra demostró de modo
concluyente que la organización científica de la producción permite mantener
las poblaciones modernas en un considerable bienestar con solo una pequeña
parte de la capacidad de trabajo del mundo entero.
Si la
organización, que se había concebido para liberar hombres que lucharan y
fabricaran municiones, se hubiera mantenido al finalizar la guerra, y se
hubiera reducido a cuatro las horas de trabajo todo hubiera ido bien. Sin
embargo, fue restaurado el antiguo caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba se
vieron obligados a trabajar muchas horas, y al resto se le dejo morir de hambre
por falta de empleo.
¿Por qué?
No es de
extrañar que el resultado haya sido desastroso.
Porque el
trabajo es un deber y un hombre no debe recibir salarios proporcionados a los
que ha producido sino proporcionados a su virtud, definida por su laboriosidad.
Supongamos
que en un momento determinado cierto número de personas trabajan en la
manufactura de alfileres. Trabajando ocho horas diarias, hacen tantos alfileres
como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número
de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero
el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres y los alfileres son ya
tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior.
En un mundo sensato todos los implicados en la fabricación de alfileres pasaría
a trabajar cuatro horas en lugar de ocho y todo lo demás continuaría como
antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres
trabajan ocho hora y hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran y la
mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son
despedidos y se quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el
otro plan, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos mientras la
otra mitad siguen trabajando demasiado. De este modo queda asegurado que el
inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes en lugar de ser una
fuente de felicidad universal.
La idea de
que el pobre deba disponer de tiempo libre siempre ha sido escandalosa para los
ricos. En Inglaterra a principios del siglo XIX la jornada normal del trabajo
de un hombre era de quince horas. Los niños hacían la misma jornada algunas
veces, y, por lo general trabajaban doce horas al día. Cuando los entrometidos
apuntaron que quizás tal cantidad de horas fuera excesiva, les dijeron que el
trabajo aleja a los adultos de la bebida y a los niños del mal.
Cuando yo era
niño, poco después de que los trabajadores urbanos adquirieran el derecho al
voto, fueron establecidas por ley ciertas fiestas públicas, con gran
indignación de las clases altas.
Recuerdo
haber oído a una anciana duquesa decir:
¿Para que
quieren las fiestas los pobres? Deberían trabajar.
Hoy la gente
es menos franca, pero este sentimiento sobre los pobres persiste y es la fuente
de gran parte de nuestra confusión económica.
.
Todo ser
humano, necesariamente, consume en el curso de su vida cierto volumen del
trabajo humano. Aceptando, cosa que podemos hacer, que el trabajo es
desagradable, resulta injusto que un hombre consuma más de lo que produce. Por
supuesto, prestará algún servicio en lugar de producir artículos de consumo,
como en el caso de un médico, por ejemplo; pero algo ha de aportar a cambio de
su manutención y alojamiento. En esta medida, el deber de trabajar ha de ser
admitido; pero solo en esta medida.
No insistiré
en el hecho de que, en todas las sociedades modernas, mucha gente elude aun
esta mínima cantidad de trabajo; por ejemplo, todos aquellos que heredan dinero
y todos aquellos que se casan por dinero. No creo que el hecho de que se
consienta a éstos permanecer ociosos sea casi tan perjudicial como el hecho de
que se espere de los asalariados que trabajen en exceso o que mueran de hambre.
Si el
asalariado ordinario trabajase cuatro horas al día, alcanzaría para todos y no
habría paro, dando por supuesta cierta muy moderada de organización sensata.
Esta idea escandaliza a los ricos por que están convencidos de que el pobre no
sabría como emplear tanto tiempo libre.
Los hombres
suelen trabajar muchas horas, aun cuando ya estén bien situados, y
naturalmente, se indignan ante la idea del tiempo libre de los asalariados,
excepto bajo la forma del inflexible castigo del paro.
En realidad
les disgusta el ocio incluso para sus hijos.
.
El sabio
empleo del tiempo libre, debemos admitirlo, es un producto de la civilización y
de la educación. Un hombre que ha trabajado muchas horas durante toda su vida
se aburrirá si de pronto queda ocioso. Pero sin una cantidad considerable de
tiempo libre, un hombre se ve privado de muchas de las mejores cosas. Y ya no
ha razón alguna para que el grueso de la gente haya de sufrir tal privación;
solo un necio ascetismo, generalmente vicario, nos llevará a seguir insistiendo
en trabajar en cantidades excesivas, ahora que ya no es necesario.
En el nuevo
credo dominante en el gobierno de la
URSS , así como ha mucho muy diferente de la tradicional
enseñanza de Occidente, hay algunas cosas que no han cambiado en absoluto. La
actitud de las clases gobernantes, que dirigen la propaganda educativa respecto
de la dignidad del trabajo, es la misma que las clases gobernantes de todo el
mundo han predicado siempre a los llamados “pobres honrados”: laboriosidad,
sobriedad, buena voluntad para trabajar muchas horas a cambio de lejanas
ventajas y sumisión a la autoridad. Todo reaparece por añadidura: la autoridad
y la voluntad del Soberano del Universo.
Ahora un
nuevo nombre: materialismo dialéctico.
Durante
siglos, los ricos y sus mercenarios han escrito en elogio del trabajo. Han
alabado la vida sencilla, han profesado una religión que enseña que es mucho
más probable que vayan al cielo los pobres que los ricos y, en general, han
tratado de hacer creer a los trabajadores que hay cierta especial nobleza en
modificar la situación de la materia en el espacio, tal y como los hombres
trataron de hacer creer a las mujeres que obtendrían cierta especial nobleza de
su esclavitud sexual.
En la URSS , todas las enseñanzas
acerca de la excelencia del trabajo manual han sido tomadas en serio, con el
resultado de que el trabajador manual se ve más honrado que nadie. Se hacen lo
que, en esencia, son llamamientos a la resurrección de la fe, pero no con los
mismos propósitos: se hacen para asegurar los trabajadores de choque necesarios
para tareas especiales. El trabajo manual es el ideal que se propone a los
jóvenes, y es la base de toda enseñanza ética.
.
En la
actualidad, posiblemente todo ello sea para bien.
Un país
grande, lleno de recursos naturales, espera el desarrollo, y ha de
desarrollarse haciendo uso escaso del crédito. El trabajo duro es necesario y
cabe suponer que reportará una gran recompensa.
Pero: ¿Qué
sucederá cuando se alcance el punto en el que todo el mundo pueda vivir
cómodamente sin trabajar muchas horas?
En occidente
tenemos varias maneras de tratar este problema.
- No aspiramos
a la justicia económica, de modo que una gran proporción del producto total va
a parar a manos de una pequeña minoría de la población, muchos de cuyos componentes
no trabajan.
- Por
ausencia de todo control centralizado de la producción, fabricamos multitud de
cosas que no hacen falta.
- Mantenemos
ociosos a un porcentaje de la población trabajadora, y podemos pasar sin su
trabajo trabajando en exceso a los demás.
- Cuando
estos métodos demuestran ser inadecuados, organizamos una guerra: mandamos a un
cierto número de personas a fabricar explosivos y a otro número determinado a
hacerlos estallar, como si fuéramos niños que acabáramos de descubrir los
fuegos artificiales.
.
En la URSS , debido a una mayor
justicia económica y al control centralizado de la producción, el problema
tiene que resolverse de forma distinta. La solución racional seria, tan pronto
como se pudieran asegurara las necesidades primarias y las comodidades
elementales para todos, reducir las horas de trabajo gradualmente, dejando que
una votación popular decidiera, en cada nivel, la preferencia por más ocio o
por más bienes. Pero, habiendo enseñado la suprema virtud del trabajo intenso,
es difícil ver un paraíso en el que haya mucho tiempo libre y poco trabajo.
Parece más probable que encuentren continuamente nuevos proyectos en nombre de
los cuales la ociosidad presente haya de sacrificarse a la producción futura.
He leído
acerca de un ingenioso plan propuesto por ingenieros rusos para hacer que el
mar Blanco y las costas septentrionales de Liberia se calienten construyendo un
dique a lo largo del mar de Kara. Un proyecto admirable para los dirigentes de
los trabajadores, pero capaz de posponer el bienestar proletario para toda una
generación, tiempo durante el cual la nobleza del trabajo sería proclamada en
los campos helados y entre las tormentas de nieve del océano Ártico. Esto, si
sucede, será el resultado de considerar la virtud del trabajo intenso como un
fin en si mismo, más que como un medio para alcanzar un estado de cosas en el
cual tal trabajo ya no será necesario. Mover materia de un lado a otro, a veces
necesario para nuestra existencia, no es,
uno de los fines de la vida humana.
.
Llegamos a
conclusiones erróneas en esta cuestión por dos causas:
- Una es: la
necesidad de tener contentos a los pobres, que impulsa a los ricos a predicar
la dignidad del trabajo durante miles de años, aunque teniendo cuidado de
mantenerse ellos indignos en este aspecto.
- Otra es: el
nuevo placer del mecanismo que nos hace deleitarnos en los cambios
asombrosamente inteligentes que podemos producir en la superficie de la tierra.
Estos motivos
no tienen gran atractivo para el que trabaja.
Ningún
trabajador dirá si se le pregunta por el hecho de trabajar: “Me agrada el
trabajo físico porque me hace sentir que estoy dando cumplimiento a la más
noble de las tareas del hombre y porque me gusta pensar en lo mucho que el
hombre puede trasformar su planeta. Es cierto que mi cuerpo exige periodos de
descanso, que tengo que pasar lo mejor posible, pero nunca soy tan feliz como
cuando llega la mañana y puedo volver a la labor de la que procede mi
contento”.
Nunca he oído
decir estas cosas a los trabajadores.
Consideran el
trabajo como debe ser considerado, como un medio necesario para ganarse el
sustento, y, sea cual fuere la felicidad que puedan disfrutar, la obtienen en
sus horas de ocio.
Podrá decirse
que, en tanto que un poco de ocio es agradable, los hombres no sabrían como
llenar sus días si solo trabajaran cuatro horas de las veinticuatro del día. En
la medida en que ello es cierto en el mundo moderno, es una condena de nuestra
civilización; tampoco hubiese sido cierto en ningún periodo anterior. El hombre
moderno piensa que todo debería hacerse por alguna razón determinada, y nunca
por si mismo.
Las personas
serias, por ejemplo, critican continuamente el hábito de ir al cine, y nos
dicen que induce a los jóvenes al delito. Pero todo el trabajo necesario para
construir un cine es respetable, porque es trabajo y porque produce beneficios
económicos.
La noción de
que las actividades deseables son aquellas que producen beneficio económico. El
carnicero que os provee de carne y el panadero que os provee de pan son
merecedores de elogio, porque están ganando dinero; pero cuando vosotros
disfrutáis del alimento que ellos os han suministrado no sois más que unos
frívolos, a menos que comáis tan solo para obtener energías para vuestro
trabajo.
En un sentido
amplio, se sostiene que ganar dinero es bueno y gastarlo es malo. Cualquiera
que sea el mérito que pueda haber en la producción de bienes, debe derivarse
enteramente de la ventaja que se obtenga consumiéndolos. El individuo trabaja
por un beneficio, pero el propósito social de su trabajo radica en el consumo
de lo que el produce. Este divorcio entre los propósitos individuales y los
sociales respecto de la producción es lo que hace que a los hombres les resulte
tan difícil pensar con claridad en un mundo en el que la obtención de
beneficios es el incentivo de la industria.
Pensamos mucho
en la producción y poco en el consumo.
Damos poca
importancia al goce y a la felicidad sencilla, y no juzgamos la producción por
el placer que da al consumidor.
.
Cuando
propongo que las horas de trabajo sean reducidas a cuatro, no intento decir que
todo el tiempo restante de las personas deba malgastarse necesariamente en frivolidades.
Quiero decir que cuatro horas de trabajo al día deberían dar derecho a un
hombre a los artículos de primera necesidad y a las comodidades elementales en
la vida, y que el resto del tiempo debería ser para emplearlo él mismo como
creyera conveniente.
Es una parte
esencial de cualquier sistema social que la educación vaya más allá del punto
que generalmente alcanza en la actualidad, y se proponga, en parte, despertar
aficiones que capaciten al hombre para usar con inteligencia su tiempo libre.
Las danzas
campesinas han muerto, excepto en remotas regiones rurales, pero los impulsos
que dieron lugar a que se las cultivara deben existir todavía en la naturaleza
humana. Los placeres de las ciudades urbanas han conseguido ser en su mayoría
pasivos: ver películas, presenciar partidos de fútbol, escuchar la radio, y así
sucesivamente. Ello resulta de que sus energías activas se consumen
completamente en el trabajo; si tuvieran más tiempo libre, volverían a
divertirse con juegos y entretenimiento de los que debieran tomar parte activa.
.
En el pasado,
había una reducida clase ociosa y una más numerosa clase trabajadora. La clase
ociosa disfrutaba de ventajas que no se fundaban en la justicia social; esto lo
hacia necesariamente opresiva, limitaba sus simpatías y la obligaba a inventar
teorías que justificasen sus privilegios. Estos hechos disminuían su mérito
pero, a pesar de estos inconvenientes, contribuyó a casi todo lo que llamamos
civilización. Cultivo las artes, descubrió las ciencias, escribió los libros,
inventó las filosofías y refinó la relaciones sociales. Aun la liberación de
los oprimidos ha sido, generalmente, iniciada desde arriba.
Sin clase
ociosa, la humanidad no hubiera salido de la barbarie.
El sistema de
una clase ociosa hereditaria sin obligaciones era, sin embargo,
extraordinariamente ruinoso. No se había enseñado a ninguno de los miembros de
esta clase a ser laborioso, y la clase, en conjunto no era excepcionalmente
inteligente. Esta clase podría producir un Darwin, pero contra el habrían de
señalarse decenas de millares de hidalgos rurales que jamás pensaron en nada
más inteligente que la caza del zorro y el castigo de los cazadores furtivos.
Actualmente,
se supone que las universidades, de un modo más sistemático, proporcionan lo
que la clase social proporcionaba por accidente y como un subproducto.
Esto
representa un gran adelanto, pero tiene ciertos inconvenientes.
- La vida en
la universidad es, tan diferente de la vida en el mundo, que las personas que
viven en un ambiente académico tienden a desconocer las preocupaciones y los
problemas de los hombres y las mujeres corrientes, y sus medios suelen ser tan
escasos, que sus opiniones no tienen la influencia que debieran tener sobre la
población.
- Otra
desventaja es que en las universidades los estudios están organizados, y es
probable que el hombre al que se le ocurre alguna idea de investigación
original se sienta desanimado. Las instituciones académicas, si bien son
útiles, no son los guardianes adecuados de los intereses de la civilización en
un mundo donde todos los que quedan fuera de ellas, se despreocupan en atender propósitos
no utilitarios.
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En un mundo
donde nadie este obligado a trabajar más de cuatro horas al día, toda persona
con curiosidad científica podrá satisfacerla y todo pintor podrá pintar sin
morirse de hambre, sin que llegue a importar lo maravillosos que puedan ser sus
cuadros.
Los
escritores jóvenes no se verán forzados a llamar la atención con chapuzas
sensacionales, hechas con miras a obtener la independencia económica que se
necesita para las obras monumentales, y que cuando por fin llega la
oportunidad, habrán perdido el gusto y la capacidad.
Los hombres
que en su trabajo profesional se interesen por algún aspecto de la economía o
de la administración, tendrán el tiempo necesario y serán capaces de
desarrollar sus ideas sin el distanciamiento académico, que a menudo hace
aparecer carente de realismo las obras de los economistas universitarios.
Los médicos tendrán tiempo de aprender acerca
de los progresos de la medicina. Los maestros no lucharan desesperadamente por
enseñar con métodos rutinarios cosas que aprendieron en su juventud, y cuya
falsedad puede haber sido ya demostrada.
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El trabajo
exigido bastará para hacer del ocio algo delicioso, pero no para producir
agotamiento. Puesto que los hombres no estarán cansados en su tiempo libre, no
querrán solo distracciones pasivas e insípidas. Es probable que al menos un uno
por ciento dedique el tiempo que le consuma su trabajo profesional a tareas de
algún interés público, y, puesto que no dependerá de tales tareas para ganarse
la vida, su originalidad no se verá estorbada y no habrá necesidad de
conformarse a la normas establecidas por los viejos eruditos.
Pero no solo
en estos casos se manifestaran las ventajas del ocio:
- Los hombres
y las mujeres corrientes, al tener oportunidad de una vida feliz, llegarán a
ser más bondadosos y menos inoportunos, y menos inclinados a mirar a los demás
con suspicacias.
- La afición
a la guerra desaparecerá en parte por la razón que antecede y en parte porque
supone un largo y duro trabajo para todos.
- El buen
carácter es, de todas las cualidades morales la que más necesita el mundo, y el
buen carácter es la consecuencia de la tranquilidad y la seguridad no de una
vida de ardua lucha.
Los modelos
de producción más modernos nos han dado la posibilidad de paz y de seguridad
para todos los hombres y hemos elegido: el exceso de trabajo para unos y la
inanición para otros.
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