Es difícil entender y resulta un tanto sospechoso cómo
los gobiernos y los planificadores económicos y sociales no pueden idear y
construir un paraíso terrenal en el que se recreen las sociedades y que haya
más tiempo libre en lugar de pretender tanto trabajo y tanto trabajar.
El sistema insiste en concienciar a los entornos
económicos actuales en los que cada vez hay menos trabajo en la necesidad del
trabajo intenso y mal pagado para que la sociedad puedan mantener un bienestar
mínimo.
Creo que debemos considerar el trabajo como un medio
necesario para ganarse el sustento, y si no acarrea felicidad, sí que al menos
no se transforme en una esclavitud sostenida en el tiempo que nos atrapa hasta
el punto en el que nos impide desarrollarnos como personas.
No se trata de que todas las personas tengan derecho
al trabajo, ni con repartir el trabajo que hay en la actualidad entre todos,
sino en hacer las cosas de tal manera que trabajado poco y suprimiendo las
tareas socialmente inútiles nos podamos satisfacer las necesidades entre todos.
Se abre la posibilidad de un cambio de la conciencia
social.
Es difícil dibujar alternativas desde una concepción
social y económica en las que la idea y la necesidad de tener actividad sea una
cuestión de dignidad y humanidad. Es constatable que solamente son aceptadas
aquellas actividades económicas todas las demás no valen nada y por lo tanto
más vale no hacer nada si no lo pagan.
Dicho de otra manera nada vale si no se paga por ello.
En apariencia todo trabajo tiene un precio y en
realidad en las sociedades la mayor parte del trabajo se hace gratis… y sin
embargo, esa pequeña parte del trabajo que se paga y que lo cobran unos pocos,
un trabajo que roba humanidad a las personas, en muy buena medida no nos sirve
humanamente para nada.
Para sentar las bases a nuevas realidades sociales que
se pueden crear y asentar desde otra concepción del trabajo lejos de lo que
significa la maldición divina, sería necesario propagar la idea elemental que
se resume en: trabajar más y sobre todo trabajar más para otra persona por
dinero, es poner precio a los trozos de la vida de cada cual.
Aunque hoy vivimos en un entorno de exceso de trabajo
para unos y de inanición para otros, esta posibilidad de cambio en la realidad
humana aunque se entienda y se acepte, sin embargo en la realidad cotidiana no
se afronta en consecuencia, ni social ni económicamente.
Los modelos de producción más modernos nos han dado la
pericia de producir todo lo que requerimos para vivir sin necesidad de tensar
las relaciones humanas hasta los límites inhumanos en los que la dinámica del
sistema nos ha llevado. La humanidad se ha dejado arrastra por una espiral
imparable cuyo centro es el trabajo. Nuestra propia necedad ha loado este
sistema basado en tener a la gente ocupada y agarrada a un clavo ardiendo, y
que nos ha llevado a rebuscar trabajo hasta el punto de que aunque fuera
innecesario su producto diera quehacer y se pudiera poner en valor aunque en
realidad no tuviera valor alguno.
No hay razón para seguir siendo necios para siempre.
La realidad es que: la necesidad de tener trabajo para
que todas las personas seamos una pieza del engranaje y ninguna estemos sin la
presión a cuenta del trabajo correspondiente, aunque hayamos de estar
almacenadas, no admitiendo con esa manera de entender el trabajo que gratuitamente
nos entretengamos en hacer hago que sea un bien social de provecho y sin costes
ni impuestos y que nos haga felices un rato, cierra todas las posibilidades de
entender el trabajo de una forma en la que no cabe la idea de hacerse rico.
En anteriores páginas, como un acercamiento a la idea
de que el trabajo que fuera necesario razonablemente para atender las
necesidades sociales fuera racionado de manera provisional he propuesto que todas
las personas que quieran trabajar tengan derecho a trabajar al menos cuatro
horas independientemente de que cada cual luego trabaje las que quiera aunque
sea con la intención de hacerse ricas.
No obstante la necedad impone sus propias
resistencias.
En este convicciones humanas que se basan en
salvaguardar los intereses particulares antes que los ajenos y generales es muy
fácil comprender que con un cambio social de estas características saldríamos
todos beneficiados. Hay muchas personas que se van a ver perjudicadas y que
aunque estuvieran de acuerdo con esta filosofía de vida y de trabajo, con el
temor a ver tiempo mejores aunque desconocidos, viven en la actualidad tan bien,
que preferirían que no se llevarán a cabo ninguna reforma, para por si acaso,
sin ser capaces de reconocer que ellos viven muy bien a cambio de que otras
personas vivan tan mal.
También hay otra realidad que tiene atrapadas a muchas
personas, que aunque fueran partidarias de abrir todas las posibilidades que se
pueden aceptar en el mundo de trabajo entendido de esta manera, sin embargo no
pueden bajarse del sistema de trabajar y trabajar. Han de llegar a cumplir con
los compromisos adquiridos cuando hace unos años el sistema tendió una tela de
araña con la que nos las prometía felices.
El otro día un amigo me decía:
Haberme
endeudado ha sido una trampa en la que caí sin darme cuenta y ante la que para
nada me sirvieron mis estudios. Me creé la ilusión de que podía tener mi propia
casa, lo vi sencillo porque todo eran facilidades y además me atreví; no con la
casa que necesitas hoy, sino la que me gustaría tener mañana, y aunque la pueda
pagar como es mi caso, la verdad es que pagarla no me deja ni un ápice de
libertad, para toda la vida tengo la obligación de llevar un tren de trabajo
que cada día que pasa me cuesta más… y seguramente que necesito tiempo pero
mucho más necesito dinero.
Es uno de los contextos que hacen más difícil revertir
el sistema.
Podría poner más ejemplos de las posibilidades que se
pueden abrir a las realización humana si no viéramos el trabajo como un fin con
el que dicen se asegura la dignidad humana. Si entendiéramos el trabajo como
una herramienta con la que procurar la felicidad y de realizar todo aquello que
procure felicidad y nada más que felicidad y que se ha de manejar y controlar
en beneficio de todas las personas por igual.
Pero sin embargo nadie mide la felicidad de las
sociedades.
Tampoco hay máquinas con las que medir el dolor del
alma.
Y hay trabajos
que sólo acarrean dolor sin una gota de felicidad.
Desde los estados de opinión en los que vivimos es muy
fácil llegar a entender que se prohíba la producción de droga porque llevan
años concienciando a la sociedad y en buena parte lo ha conseguido mostrando
los perjuicios humanos y sociales hasta el punto de aceptar una prohibición de
este tipo y perseguirla con leyes y policías. Y aunque en este momento no sería
capaz de decir cuál de las dos producciones son más perniciosas para la
humanidad, sin embargo, nunca se entendería en el concierto económico que se prohibiera
la producción de armas. La sociedad, que crece entre guerras, se ha creído el
mito de que para que haya paz es necesario estar preparados para la guerra y
ese argumento sirve para justificar la fabricación de armas que en último lugar
se utilizan a discreción en las guerras. Recuerdo hace unos años lo recompensados
que estaban en mi pueblo cuando les prometieron desde el gobierno que en el
polígono industrial que habían llevado, les iban a poner una fábrica de cañones
que iba a generar cientos de puestos de trabajo. Para amainar las protestas
aseguraban que los cañones no tenían alma para que fueran empleos de paz. Yo
creo que para que no haya guerra no hay mejor manera que no haya armas, ni
organizaciones para manejarlas, ni estructuras en las que se puedan planificar
y ninguno de los trabajos que genera, pero esta creencia no viene al caso
puesto que: los ejércitos y las guerras: para destruir y para reconstruir, también
son grandes creadores de trabajo: indeseable, innecesario y destructivo.
Por esta razón social puede ser que los estados declaren
las guerras y para quienes están obligados a trabajar y necesitan trabajar
nunca pensarán que se pudiera abolir una actividad capaz de generar tanto
trabajo aunque acarreen las peores desgracias.
Buceando en otra posibilidad, podría decir sin sacar
los pies del tiesto que con los dineros que se gasta la sociedad en: cárceles y
guardias para esas cárceles, podían vivir dignamente los carceleros y los
presos y acabar tanta necedad y con tanto sufrimiento. Hay casi tanta gente en
la función carcelera como personas presas entre muros y rejas. Parece mentira
que las unas sin tener que ir a trabajar a tan infausto oficio y las otras si
necesidad de delinquir para subsistir, que sin duda es la causa por la que
mayormente está la gente encerrada entre los muros de las prisiones y todavía
sobrarían recursos para mostrar a la sociedad la ineficiencia del este castigo.
Hemos de poner a las persona en un plano general para
que las que no tengan trabajo lo puedan tener, y para que quienes lo tengan
puedan disponer de más horas de sus vidas para utilizarlas como quiera y para
que si alguien no quiere o no puede trabajar no trabaje. Hemos de sentar las
bases de lo que ha de ser la abolición del trabajo como el modo de ganarse el
pan con el sudor de la frente. Que el pan lo hagamos entre todas las personas
con capacidades para hacerlo y lo compartamos.
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